Es un oasis en el cementerio de la Apacheta de Arequipa. Este panteón semita fue recuperado por Henry Clayman, un octogenario judío que sin tener un vínculo concreto inició la obra ya inaugurada. Puede ser un atractivo turístico.
Por Juan Carlos Soto y Alexis Choque
En épocas de individualismo neto, ¿quién se gasta 200 mil dólares en restaurar un cementerio? Henry Clayman, contradiciendo el mito que los judíos son tacaños, ha invertido ese dineral en la recuperación de un panteón judío alojado dentro del cementerio de La Apacheta de Arequipa.
Henry es un judío nacido en Gran Bretaña y casado con la arequipeña Silvana Melo Cerf. Parece un hombre encantador, como el aroma a vainilla que exuda su apartamento de Cayman. En el pecho luce colgada una medalla dorada concedida por la municipalidad de Arequipa debido a su encomiable gesto. Pero a él lo movilizan motivaciones espirituales.
Para los judíos, los cementerios son sagrados, en ellos «la raza» se preserva hasta la muerte. Dice que en su acto hay honor y fe. Por eso inició la recuperación de este espacio público que también testimonia la presencia semita en Arequipa. En su condición errante, muchos de estos comenzaron a llegar a inicios del siglo XX.
La mayoría eran comerciantes y prestamistas. Uno de ellos, Moisés Eskenazi. Según el libro de León Trahtemberg, Los judíos de Lima y provincias, este personaje tenía magníficas relaciones con la Iglesia; era un invitado central en las fiestas de Semana Santa. Tenía tal relacionamiento social con el poder, que ayudaba a sus paisanos cuando lo necesitaban.
La tumba de Eskenazi, fallecido el 24 de noviembre de 1934, se encuentra en esta área de 300 metros cuadrados localizada en la parte trasera de La Apacheta. Clayman, afamado oftalmólogo vinculado a la Academia, tiene un colega norteamericano, Marcos Chertman. Este, también de origen judío, vivió hace 50 años en la Ciudad Blanca. Cuando se enteró que Clayman restauraba el cementerio, le confesó que ahí estaba sepultada su hermanita Estrellita, que murió en 1936 a la edad de cuatro años. Hay varios niños. Por ejemplo, los hermanitos Lemor, quienes habrían fallecido por negligencia médica.
No está enterrado acá pero probablemente sea el judío más importante en Arequipa, Ulrich Neisser Reiss, ciudadano alemán elegido en 1956 y 1964 como alcalde de la ciudad. El balneario de Tingo, remodelación del Parque Duhamel y el mercado El Palomar cuentan como obras suyas. Sus restos descansan en un mausoleo aledaño.
“¿Los judíos tienen el poder del mundo?” pregunto. Clayman sonríe y responde que son puros mitos. «Hay judíos pobres y ricos”. Es un mito como aquel creado por la Alemania nazi, que eran raza inferior y había que perseguirlos y matarlos en las cámaras de gas.
En un difícil castellano, mezclado con inglés, nos explica cómo localizó este camposanto. Hace ocho años, en una de sus visitas a Arequipa, su suegro Juan Melo Díaz se lo mostró. Melo lo había descubierto de niño por su padre, amigo de británicos enterrados cerca al cementerio judío.
Cuando Clayman ingresó a ese territorio, lo embargó la emoción pero también la desazón por la precariedad. Estaba lleno de basura, a muchas tumbas les arrancaron las lápidas de mármol y bronce, las pilastras y balaustres destrozados. Algunos satánicos llegaban al lugar para celebrar sus ritos. Entonces comenzó a gestar la recuperación del camposanto, en coordinación con la Beneficencia Pública de Arequipa.
La idea era asumir el costo compartido. Pero esta institución pública no tenía los recursos y Clayman asumió todo. La inauguración de la puesta en valor se desarrolló la semana pasada. Parecía un oasis en medio de los viejos pabellones atiborrados de flores secas de La Apacheta. Está hundido a metro y medio de profundidad. Se aprecia la estrella de David, signo judío y césped bien cuidado. Hay una pileta para lavarse las manos, ritual obligado antes de ingresar y un árbol de olivo.
Clayman no solo es un oftalmólogo de prestigio mundial. También patentó el lente intraocular para sustituir los lentes poto de botella que usan miopes. Pasó por varias pruebas de fuego. Una de ellas, perder de niño a su padre. Hizo más de 20 mil operaciones. Probablemente si no hubiese tenido un problema nervioso en los brazos, hubiese continuado en la brega. “Aunque ya acabó mi tiempo, soy un viejo». Es un excombatiente de Vietnam y sobre todo un judío con honor.
Fuente: LaRepublica.pe
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