Un vistazo rápido a la festividad más enigmática del judaísmo.
por David Fohrman
Dos o tres generaciones atrás, en la Segunda Guerra Mundial, una nación intentó nuevamente eliminar a los judíos de la faz de la tierra. Purim es la festividad que nos remite a la primera vez en la historia en que se intentó llevar a cabo un genocidio como éste en contra de los judíos, hace aproximadamente 2.300 años atrás.
La festividad de Purim marca la salvación judía del complot de Hamán, un alto oficial del imperio Persa, consejero del Rey Ajashverosh. La ira de Hamán en contra de los judíos fue incitada por el comportamiento de un solo judío, Mordejai, quien no se prosternaba ante él cuando pasaba. En vez de vérselas sólo con Mordejai por su desliz, Hamán tomo venganza contra todo el pueblo de Mordejai. Hamán buscó y obtuvo el permiso del Rey Ajashverosh para hacer lo que quisiera en contra de los judíos, y Hamán tomó esta licencia y corrió con ella. Él legisló un pogromo que eliminaría a cualquier judío vivo en el imperio, en un solo día empapado de sangre.
El mensaje de Hamán fue inequívoco: Un azaroso lanzamiento de dados sellaría el final de los judíos, mientras Dios se quedaría de pie a un lado sin poder hacer nada por ellos.
En un acto cargado de simbolismo, Hamán echó a la suerte el día en el cual él y sus subordinados destruirían a los judíos. Al dejar el genocidio de los judíos enteramente al azar, el mensaje de Hamán fue inequívoco: los judíos, que creían en la providencia divina de un Dios bondadoso, un Ser que ellos proclamaban como Rey del Universo, estos mismos judíos estarían sujetos a los caprichos ciegos del destino. Un azaroso lanzamiento de dados sería el instrumento que sellaría el final de los judíos, mientras Dios se quedaría a un lado, de brazos cruzados, sin poder hacer nada por ellos.
El desafío de Hamán ocurrió en un momento crucial de la historia. Visto en su sentido amplio, las provocaciones de Hamán fueron una prueba, por así decir, de si la influencia divina todavía se sentía en el cierre de una gran era de la historia bíblica. Fue una prueba de si Dios era todavía relevante en una nueva y vastamente diferente era. Una era en la que los milagros no prevalecían, una era que podríamos llamar “normal”.
Los eventos de Purim ocurrieron en el crepúsculo de la historia bíblica. El último de los profetas bíblicos ya había hablado, y con ello, un período en el cual los milagros abiertos cambiaron dramáticamente el curso de la historia, llegaba a un final abrupto. Antes en la historia, cuando los judíos dejaron Egipto, cayeron plagas del cielo sobre los egipcios y el mar se dividió para que los judíos pudieran pasar. El maná o man los sustentaba en el desierto. Pilares de fuego los protegían de las bestias. Pero ahora, esta era llegaba a su fin. No habría más profetas. No habría más milagros. En esta nueva era, la humanidad se enfrentaría a una dura pregunta. ¿En un mundo donde la intervención divina y la comunicación profética no es aparente, Dios sigue siendo relevante?
Fue en este contexto que el lanzamiento de dados de Hamán era particularmente aterrador. Con Dios en el patio trasero y los milagros dejados a un lado, ¿existía acaso una manera significativa en que la voluntad divina seguía operando en el mundo?
¿Coincidencia?
Al final los judíos fueron salvados del complot de Hamán, pero fueron salvados de manera no milagrosa. En los eventos de Purim, acontecimientos fortuitos conspiraron para traer resultados inesperados. De manera aislada, estos eventos puede ser vistos como coincidencias fortuitas. Pero si los analizamos en conjunto, ¿todavía son meras coincidencias?
El Rey Ajashverosh fortuitamente expulsó a su primera reina y fortuitamente decidió remplazarla con Ester, una chica que por «coincidencia» resultó ser judía. Mordejai, el pariente de Ester, fortuitamente oyó y frustró el complot de asesinato en contra del rey, y también, fortuitamente, no fue recompensado por ello inmediatamente. Una noche, Hamán decidió ir donde el rey a pedir permiso para colgar a Mordejai, pero esa misma noche, el rey tenía insomnio y no se quedó dormido. Él pidió que le trajeran el libro de los registros para leer, y el libro fortuitamente se abrió en la página que registraba el olvidado acto de lealtad de Mordejai para con el rey.
Todas estas aparentes coincidencias se conjugaron para salvar a Mordejai —y en última instancia al resto de los judíos también— de la muerte inminente.
Cuando Dios está escondido
El Rollo de Ester —el libro que relata el milagro de Purim— tiene la distinción de ser el único libro de la Biblia que no menciona el nombre de Dios. Parece extraño que un libro completo del canon Bíblico evite mencionar el nombre de Dios, ¿no? Después de todo, si la Biblia no habla de Dios, ¿de qué habla? Pero ese es todo el punto. El mensaje del libro de Ester es que Dios está ahí incluso cuando no parece estarlo. La presencia de Dios en la historia no sólo se siente cuando el mar se parte o cuando el fuego desciende sobre la montaña ante los ojos de toda la nación. Estos «fuegos artificiales» son agradables, pero ellos no son la totalidad o el fin de la influencia divina en el mundo. Dios está presente en las minuciosidades de la vida cotidiana y de la historia también.
El mensaje del libro de Ester es que Dios esta ahí incluso cuando Él no parece estar ahí.
La voluntad divina está presente no sólo cuando las leyes de la naturaleza son suspendidas. Por el contrario, el funcionamiento de estas leyes es una manifestación de lo Divino. Cada vez que un cuerpo cayendo se adhiere a la ley de la inversa del cuadrado de la atracción gravitacional; cada vez que las moléculas se disipan en el espacio en consonancia con la segunda ley de la termodinámica; cada vez que un río fluye hacia el mar, cada vez que estas cosas ocurren, la voluntad divina se materializa en el mundo. Y así es con la historia. No solamente cuando las plagas liberaron a los esclavos en Egipto es que Dios intervino en la historia; la influencia de Dios es más sutil que eso. Él puede estar presente, misteriosamente, en la más pequeña y menos entrometida de las maneras.
Chéjov dijo una vez que «si un rifle está sobre el mantel en el acto I de una obra, es mejor que se utilice antes del acto III». La marca de un buen escritor de teatro es que ningún elemento de la trama es superfluo. Todo, eventualmente, es utilizado. Y lo mismo es verdad con el «Gran Dramaturgo» en el cielo. Todo lo que nosotros los humanos hacemos “se utiliza” en la obra que llamamos vida. Pero no necesariamente en la manera que imaginamos, o planeamos.
El rey le preguntó a Hamán como debía ser tratado el hombre al cual el rey quería honrar. Hamán, pensando que el rey lo quería honrar a él, le aconsejó hacer una desfile real. ¿Ese consejo fue utilizado? Por supuesto que sí. Pero fue utilizado para honrar a Mordejai, no a Hamán. Hamán construyó una horca para colgar a Mordejai. ¿Se utilizó esa horca? Por supuesto que sí. Pero no en la forma que Hamán pensaba. El mismo fue colgado en esa horca.
Todos tenemos que elegir cosas en la vida. Hacer esas elecciones nos corresponde a nosotros los seres humanos. Esa es la manera como nos jugamos la vida. Pero lo que pasa después de que tiramos los dados, eso ya no está en nuestras manos. Uno de los mensajes de Purim es que Dios está muy cerca, incluso cuando permanece detrás de la cortina. Sin la fanfarrea de los milagros, en el espacio entre la elección humana y el resultado último, el Maestro del Universo todavía tiene lo que decir.
Fuente: AishLatino
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