Un certificado, llamado Green Pass, permite a los vacunados del país asistir a conciertos, restaurantes y eventos deportivos. Pero la vida después de los confinamientos en Israel está llena de dudas y claroscuros.
Por Isabel Kershner y Photographs by Dan Balilty
Cuando las luces se atenuaron y la música comenzó, una ola audible de emoción se extendió por la multitud. Una persona, unas filas más arriba de la mía, ululó de alegría, como en las bodas de Medio Oriente.
Había ido al estadio de fútbol Bloomfield de Tel Aviv a un concierto de Dikla, una cantante israelí de origen iraquí y egipcio, que fue proclamado por la ciudad como una celebración del “regreso de la cultura”. Fue la primera actuación en vivo a la que asistí en más de un año. Había solamente 500 israelíes vacunados en un estadio que tiene capacidad para casi 30.000 personas, pero se sentía extraño y estimulante estar entre una multitud de cualquier tamaño después de un año de confinamientos intermitentes.
La audiencia, limitada al espacio de sus asientos, socialmente distanciados, bailaba en su lugar y cantaba con sus cubrebocas puestos. Pero el ambiente era exuberante y constaté mi condición de integrante de una nueva clase privilegiada: los completamente vacunados.
Nosotros, un grupo que incluye a más de la mitad de los nueve millones de habitantes de Israel, estamos probando un futuro pospandémico.
La membresía de esta clase está certificada por el Green Pass (pase verde), un documento que se puede descargar y llevar en el celular. Incluye una especie de GIF, una animación breve y conmovedora que muestra a personas verdes que caminan, un grupo que parece una familia feliz vacunada.
El programa de vacunación de Israel ha sido asombrosamente rápido y exitoso.
En las últimas semanas, los nuevos casos de la COVID-19 se han reducido de manera drástica: de un máximo de 10.000 casos por día en enero se registran unos cientos a finales de marzo. La economía se ha reabierto casi por completo. Así como Israel se convirtió en un laboratorio del mundo real para la eficacia de la vacuna, ahora se está convirtiendo en un ensayo para una sociedad posconfinamientos y posvacunación.
El Green Pass es tu boleto de entrada.
Quienes cuentan con el pase verde pueden cenar en el interior de los restaurantes, hospedarse en hoteles y asistir con miles de otras personas a eventos culturales, deportivos y religiosos, ya sea al aire libre o en interiores. Podemos ir a gimnasios, albercas y al teatro. Podemos casarnos en salones de bodas.
Celebramos las vacaciones de primavera de Pascua y Semana Santa en compañía de familiares y amigos.
Periódicos y cadenas de televisión locales anuncian vacaciones de verano para quienes estén completamente vacunados a países preparados para recibirlos, como Grecia, Georgia y las Seychelles.
Y cuando reservas una mesa en un restaurante, te preguntan: ‘¿Tienes Green Pass? ¿Estás vacunado?’
El sistema es imperfecto y, más allá del pase verde, llamarlo “sistema” puede ser una exageración en muchos sentidos. El cumplimiento ha sido irregular. Hay preguntas preocupantes sobre aquellos que no están vacunados y debates acalorados que se discuten ahora mismo —algunos llegan hasta las cortes— sobre las reglas y responsabilidades del regreso a la normalidad.
Más aún, no hay garantía de que este sea realmente el comienzo de un futuro pospandémico. Varios factores —como los retrasos en la producción de vacunas, la aparición de una variante nueva que sea resistente a las vacunas y la gran cantidad de israelíes que aún no se vacunan— podrían romper la ilusión.
El nuevo mundo también ha resaltado las desigualdades y las divisiones entre las sociedades con más y menos acceso a las vacunas.
Los amigos y colegas de Cisjordania y Gaza aún no han podido vacunarse.
La campaña de vacunación palestina apenas está comenzando con dosis en gran parte donadas por otros países, en medio de un debate amargo sobre las obligaciones legales y morales de Israel respecto a la salud de las personas en el territorio que ocupa. Israel ha vacunado a unos 100.000 palestinos que trabajan en Israel o en asentamientos de Cisjordania, pero ha sido criticado por no hacer más.
Más de 5,2 millones de israelíes han recibido al menos una inyección de la vacuna Pfizer. Alrededor de cuatro millones de personas siguen sin vacunarse, la mitad de ellas son los menores de 16 años, que aún no son elegibles para recibir la vacuna y que esperan las aprobaciones regulatorias y la realización de más pruebas en niños. Cientos de miles de ciudadanos que se han recuperado de la covid fueron incluidos recientemente en el programa de vacunación de Israel.
Y, hasta ahora, al menos un millón de personas han decidido no vacunarse, a pesar del envidiable suministro de dosis de vacunas del país.
Algunos se oponen a la inyección por razones ideológicas y otros, se dice, están ansiosos ante los efectos de la vacuna y esperan ver cómo reaccionan los inmunizados. Estos grupos han generado poca simpatía pública y los funcionarios de salud los han criticado por sucumbir a lo que describen como noticias falsas difundidas en las redes sociales.
Ante quienes rechazan vacunarse enfrentamos preguntas morales y legales complejas. ¿Deberían también tener derecho a unirse al mundo? ¿Es ético discriminarlos? ¿Es justo obligar a quienes han hecho todo lo posible para protegerse al vacunarse a compartir espacio con personas que decidieron no hacerlo?
Estas preguntas surgieron cuando otra artista, Achinoam Nini, una célebre cantautora conocida con el nombre artístico de Noa, anunció que haría un concierto en un auditorio venerable de Tel Aviv solo para los poseedores del pase verde.
Una pequeña pero ruidosa minoría de antivacunas y otros la acusaron de participar en un sistema discriminatorio y de apoyar la experimentación médica y la coerción.
“Estás colaborando con la selección”, escribió un crítico, Reut Sorek, empleando un término usado durante el Holocausto. “Estás cooperando con la dictadura médica y el atropello a los derechos individuales”.
Nini respondió en una vehemente publicación de Facebook que vacunarse era por el bien común, un balance entre la salud pública y la libertad personal, parte del contrato social y un deber cívico similar a detenerse en un semáforo en rojo.
“Tenemos un problema”, dijo en una entrevista. “El mundo está paralizado, la gente ha perdido sustento, salud, esperanza. Cuando pones todo eso en la balanza, vamos, ¡vacúnate! Y si realmente no quieres, quédate en casa”.
Para resolver el dilema de qué hacer con los menores de 16 años, el gobierno ha permitido que algunos lugares ofrezcan pruebas rápidas como alternativa al pase verde para poder atenderlos. Pero muchos dueños de negocios —responsables de ordenar y financiar las pruebas—, han comprobado que la logística no les resulta práctica.
Sin embargo, a diferencia de los conciertos y los partidos de fútbol, ir al trabajo no es un lujo para la mayoría de las personas.
En Israel, “cualquiera que se queje puede recibir la vacuna mañana por la mañana”, dijo.
Pero a falta de leyes, los empleadores han creado sus propias normas. Al menos una universidad de educación superior tomó el precedente del tribunal laboral para exigir que todo el personal y los estudiantes obtuvieran el pase verde para asistir a clases en el campus.
En otro caso que llegó a las cortes, el Ministerio de Salud pretendía distribuir a las autoridades locales los nombres de las personas que no se habían vacunado para que pudieran identificar, por ejemplo, a los maestros no inmunizados que habían regresado a la escuela e intentar persuadirlos para que lo hicieran.
Grupos de derechos ciudadanos interpusieron una demanda para evitar que el ministerio distribuyera las listas y argumentaron que era una invasión a la privacidad y que la información médica no podía ser protegida de manera adecuada. El caso está ante la Corte Suprema.
Incluso donde hay reglas, su aplicación es irregular.
El concierto en Tel Aviv fue la primera vez que me pidieron que mostrara el pase verde, y también fue la última vez. Después de eso, mi familia pasó un fin de semana en un hospedaje en Galilea, donde sirvieron el desayuno en una sala cerrada para todos los huéspedes, incluidos los niños no vacunados. Un restaurante italiano repleto de gente en la zona dejó claro que no estaba cumpliendo con las regulaciones al ofrecernos lugar en el interior con un niño de 7 años.
De vuelta en Jerusalén, cuando llamé para hacer una reservación para dos personas en mi restaurante favorito —un local que se especializa en comida fresca de mercado en una animada cocina abierta—, me preguntaron si ambos teníamos el pase verde. Pero cuando llegamos nadie nos los pidió.
Las mesas estaban tan cerca como siempre. Comensales que no iban juntos se sentaron hombro con hombro en la barra. Nuestra joven mesera no usaba cubrebocas. Un comensal en la mesa de al lado preguntó qué tan seguro era todo, luego se encogió de hombros y continuó con su postre.
Algunos propietarios y gerentes de restaurantes se quejaron de que la pandemia los ha dejado con escasez crónica de personal y que no se puede esperar que también supervisen a los clientes.
“Es vergonzoso”, dijo Eran Avishai, copropietario de un restaurante de Jerusalén. “Tengo que hacerle a la gente preguntas personales”. Algunos clientes han inventado justificaciones que explican por qué no han sido vacunados, aseguró. Y dicen “todo tipo de cosas que no quiero tener que escuchar”.
Pero algunos restaurantes sí cumplen las regulaciones de manera minuciosa, incluso revisan el pase verde y lo comparan con documentos de identidad de los clientes. Algunos amigos intercambian consejos y recomendaciones en Facebook con respecto a las políticas de entrada de los restaurantes y bares. Y al menos un pub hípster en Jerusalén pide el pase verde solo a lo clientes desconocidos o no habituales y usa el “sistema” para mantener alejados a los indeseables.
Siento una sensación personal de ligereza y alivio a medida que avanzo en mi nueva vida como vacunada. Incluso, el otro día me di cuenta con sorpresa que no llevaba el cubrebocas, que todavía se exige en lugares públicos, cuando estaba en el supermercado.
Vivimos en un aislamiento espléndido. Las restricciones impuestas por el virus todavía hacen que la mayoría de los viajes sean una idea desalentadora y los no israelíes generalmente no pueden ingresar al país. Extraño a mi familia en el extranjero. Hasta que el resto del mundo se ponga al día, somos una nación que vive en una burbuja.
Isabel Kershner es corresponsal en Jerusalén. Ha cubierto la política israelí y palestina desde 1990 y es autora de Barrier: The Seam of the Israeli-Palestinian Conflict.@IKershner•Facebook
Fuente: TheNewYorkTimes
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