El Parlamento tiene previsto aprobar este lunes la primera ley incluida en el plan de la polémica reforma judicial mientras Netanyahu tuvo que ser ingresado para colocarle un marcapasos
Por Sal Emergui
Días de grandes manifestaciones, tensas sesiones parlamentarias, manifiestos dramáticos, terremoto en el cuerpo de reservistas en el ejército, gestiones de políticos y juristas para un acuerdo de última hora y profundo temor en Israel por una fractura interna sin precedentes en torno -aunque no solo- al proyecto del Gobierno de cambios ante el estamento judicial y la votación de su primera propuesta prevista para este lunes.
Lo que unos defienden como «reforma para equilibrar la relación entre el poder ejecutivo y el intervencionista sistema judicial», otros condenan como «revuelta de radicales para acabar con la independencia judicial y la democracia». Un duelo de narrativas, expresado este domingo en dos grandes manifestaciones en Tel Aviv y Jerusalén, sobre el que pivota la crisis que ha despertado preguntas esenciales sobre la identidad de Israel.
Para añadir más drama al panorama, el primer ministro Benjamin Netanyahu (73 años) fue sometido en la madrugada del domingo a un procedimiento quirúrgico de urgencia para implantarle un marcapasos una semana después de ser hospitalizado bajo el argumento-hoy incompleto en el mejor de los casos- de una deshidratación. Según el Canal 13, los doctores decidieron su ingreso al hospital este sábado a última hora de la noche al temer por su vida debido a alteraciones en su corazón.
Tras el consejo de los cardiólogos del Hospital Sheba, el dirigente que volvió al poder hace siete meses ha aplazado sus visitas previstas esta semana a Chipre y Turquía. Lo que no puede aplazar es la decisión de si la coalición aprueba en la Knesset la ley que anula el «criterio de razonabilidad» quitando al Tribunal Supremo uno de sus instrumentos para revisar decisiones y nombramientos del Gobierno.
Desde su blindada habitación en el hospital, Netanyahu lideró la negociación para llegar a un consenso sobre esta cláusula y el resto de la reforma. El temor de los israelíes es que la crisis -que ya está pasando una elevada factura a la economía, al ejército y a la cohesión de su país- sea aún mayor. Nada más aterrizar de Estados Unidos, el presidente Isaac Herzog acudió al hospital para una «reunión urgente» y dijo: «Este es un momento de emergencia. Hay que llegar a un acuerdo». Al mediodía, el Likud de Netanyahu rechazó una oferta de compromiso del líder del sindicato, Arnon Bar David.
«Netanyahu, si frenas y vas a un acuerdo no será una rendición sino una muestra de responsabilidad nacional», le dijo el ex ministro de Defensa Benny Gantz, que lidera el segundo partido opositor que, debido a su posición conciliadora, es el político más popular según las encuestas. «Israel atraviesa una fractura de identidad«, admitió en la Knésset horas después de que una diputada de su lista, Orit Farkash, rompiera a llorar durante su discurso en el que acusó al Gobierno de «destruir el país y aplastar la sociedad».
La crisis se encuentra en su punto más inquietante desde que el ministro de Justicia Yariv Levin anunciara en enero su plan respecto al poder judicial. Netanyahu lo suspendió en marzo debido a las masivas protestas y la presión de EEUU pero, tras la ruptura de negociaciones, reactivó la propuesta de razonabilidad en la Knésset aparcando el grueso de la reforma.
MULTITUDINARIAS MANIFESTACIONES
Tras casi 30 semanas consecutivas de multitudinarias manifestaciones, los centenares que iniciaron el martes el camino a pie desde Tel Aviv a Jerusalén se convirtieron este sábado en decenas de miles en la entrada a la ciudad. Al frente de la marcha contra la reforma y bajo un implacable sol, se encontraba la líder de las protestas, la científica Shikma Bressler. Ante las informaciones de un posible acuerdo que modere el texto de ley de este lunes a cambio de seis o doce meses de congelación del resto de propuestas, Bressler respondía: «Las exigencias de la lucha no han cambiado desde el primer momento: archivar toda legislación dictatorial y que los cambios profundos en el sistema del régimen sólo serán aceptados por amplio acuerdo».
Los manifestantes, que se congregaron este domingo ante la Knésset, saben que el Gobierno tiene ventaja numérica (64 de 120 diputados) ante la protesta de amplios sectores (High Tech, el empresariado, la academia, los doctores, etcétera), y de decenas de ex jefes y ex altos mandos de los organismos de seguridad así como el aviso de más de 12.000 reservistas, entre ellos unos 540 pilotos, que condicionan la continuación de su servicio voluntario a un consenso del proyecto judicial.
«Más allá de que esta propuesta de ley es positiva, no podemos ceder al dictado de grupos de presión como por ejemplo reservistas que se niegan a reservar. Si el Gobierno cede ante el chantaje, entonces sí que se dañaría la democracia», declaró el ministro de Educación Yoav Kish que, como ex piloto de combate, critica a sus compañeros reservistas. Su sentimiento quedó reflejado en la manifestación de la derecha nacionalista que eligió la calle Kaplan de Tel Aviv, feudo de las protestas del sector liberal, para que decenas de miles pidieran a Netanyahu que no frene la reforma recordando la victoria del bloque conservador y religioso en las elecciones del pasado mes de noviembre. «Nuestro voto no vale menos que el de un piloto», decía uno de ellos.
Horas antes de las dos manifestaciones en campo contrario (a favor del Gobierno en Tel Aviv y en contra en Jerusalén), una cadena humana fue formada desde el Muro de las Lamentaciones hasta la Knésset para solicitar unidad. «Desde aquí pedimos concordia y moderación sin extremos en ninguna parte. Estamos a pocos días antes de Tisha B’av que recuerda la destrucción de los dos Templos judíos en Jerusalén», afirmó uno de los organizadores, Eyal Gur, aludiendo a la fecha más triste del calendario judío y, actualmente, la más mencionada y con más temor en Israel.
Fuente: ElMundo.es
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