Rachel Goldberg-Polin recorre el mundo clamando por la liberación de Hersh y los demás rehenes ocultos en Gaza
Rachel Goldberg-Polin comienza todos sus días de la misma manera. Corta una tira de cinta de enmascarar y con un marcador negro escribe el numero de días desde que terroristas de Hamas secuestraron a su hijo Hersch, de 23 años, y lo escondieron en los túneles de Gaza. Pega la cinta sobre su remera blanca y luego dedica el resto del día a luchar por su liberación.
Cuando la entrevisto vía Zoom la cinta muestra el número 269, es decir, nueve meses. Nueve meses desde que miles de hombres armados invadieron Israel, mataron a 1200 civiles y secuestraron a 240, en la peor masacre de judíos desde el Holocausto. Nueve meses desde que Hersh fue secuestrado cubierto en sangre por la explosión de una granada tirada dentro del refugio rutero en el que intentaba guarecerse junto a una veintena de jóvenes, chicos y chicas que escapaban del festival musical Nova, al que habían ido la noche anterior a bailar bajo la luz de las estrellas, en el desierto israelí cercano a Gaza.
La granada le amputó el brazo izquierdo debajo del codo. Videos del secuestro, filmados con las cámaras go pro que llevaban los hombres de Hamas, muestran a Hersh saliendo del refugio a punta de pistola y esforzándose por subir a una camioneta en la que sería llevado a Gaza. De su brazo amputado sobresale un hueso astillado. Un terrorista en la caja de la camioneta lo toma del pelo, le levanta la cabeza de un tirón y dice “sacame una selfie a él y a mí”. Hersh aparece tirado, cubriéndose el rostro con su brazo sano.
“Ningún padre quiere ver imágenes como esas, pero con mi marido Jon hemos dado el permiso para que el gobierno israelí las liberara, porque creímos que era importante que el mundo comprendiera un poquito lo que les pasó a estos chicos el 7 de octubre,” dice Rachel, de 53 años. “Debemos evitar que el mundo termine sintiéndose cómodo con episodios como estos”.
Hersh había ido al festival musical con su amigo de la infancia, Aner Shapira, que se paró frente al refugio rutero e intentó defender a sus compañeros. Logró repeler siete granadas tiradas por Hamas hasta que la octava le explotó en la mano y lo mató. Los terroristas tiraron tres granadas más y rociaron el lugar con fuego de metralla antes de llevarse los pocos chicos que sobrevivieron el ataque. Antes de su captura, Hersh, que había ido al festival como parte de sus festejos de cumpleaños, envió un wasap a su familia que decía: “Los amo. Lo lamento (I am sorry)”.
Desde el secuestro de su hijo, Rachel trabaja a tiempo completo para su liberación. En rigor, mucho más que tiempo completo. Junto a un equipo de cinco personas que la acompañan, trabaja unas 18 o 19 horas por día. Siente que la única forma que puede irse a dormir tranquila es si está segura de haber hecho todo lo posible por recuperar a su hijo robado.
Desde octubre último, Rachel se ha reunido con muchos de los líderes políticos, empresariales y espirituales más importantes del planeta. El papa Francisco, el presidente norteamericano Joe Biden, Elon Musk. Fue la oradora central en el National Mall en Washington en una multitudinaria marcha en defensa de Israel, habló ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, leyó un poema propio en un evento internacional para celebrar la Declaración Universal de los Derechos Humanos en Ginebra. Los medios más importantes de los Estados Unidos y Europa la han entrevistado. Ha escrito editoriales en matutinos como The New York Times y The Wall Street Journal y se reunió con legisladores de varios países de Occidente.
La revista Time la incluyó entre las cien personalidades más influyentes del año y le dedicó una tapa, transformándola en un símbolo mundial de la lucha por los rehenes. Más específicamente, en un símbolo de la lucha de una madre por volver a abrazar a su hijo. “Rezo todos los días por el privilegio de vivir una larga vida teniendo a mis tres hijos. Hersh, mi único varón, y mis dos hijas. Tener el privilegio de envejecer y que ellos me cuiden cuando sea viejita y frágil”, dice.
En diciembre, Rachel se reunió con el Papa en el Vaticano. “El Santo Padre se sobresaltó muchísimo con las imágenes del secuestro de Hersh. Y me dijo: ‘Lo que usted experimentó es terrorismo. Y el terrorismo es la ausencia de humanidad’”, recuerda. “Fue muy importante para todos los familiares de los rehenes escuchar esas palabras, validar nuestro dolor y a su vez, recordar y mantener la fe en la humanidad”.
El papa Francisco ha sido un defensor de todas las víctimas, incluyendo a los civiles palestinos, rogando por un fin al conflicto en defensa de una humanidad compartida. “Lo escucho con muchísima gratitud,” dice Rachel.
Goldberg-Polin siente que es inexcusable que los gobiernos del mundo no hayan logrado terminar con la tragedia de los rehenes, en la que hay secuestrados de 24 países, entre ellos la Argentina. Hay un bebe que en su vida lleva más tiempo en cautiverio que en libertad. Un hombre de 86 años. Secuestrados judíos y cristianos y musulmanes y budistas. Rachel dice que conforman un grupo diverso y que eso debería reflejarse en una mayor presión de los países y grupos religiosos involucrados.
“Donde está la comunidad interreligiosa? ¿Donde están los rabinos, curas, imanes? Todos hemos fallado y es inexcusable”, dice esta mujer menuda y elegante, que mantiene un tono de voz amable a lo largo de la entrevista. Hoy quedan 120 rehenes en Gaza, luego de un intercambio en noviembre último en el que Hamás liberó a 109 personas.
Rachel reconoce la enorme tragedia que sufren los civiles gazatíes por los bombardeos del ejército israelí. Ella y su esposo Jon, así como su hijo Hersch, han trabajado por el acercamiento entre árabes e israelíes. Amigos árabes con quienes Hersh jugaba al fútbol visitan a Rachel y acuden a las reuniones en apoyo de las familias de los secuestrados. Y rezan por él.
“Podemos sostener dos verdades al mismo tiempo. Entender el drama de los gazatíes y tener el corazón roto por nuestros familiares secuestrados. Esto no es una competencia por quien sufre más”, dice Rachel. Sin embargo, sabe que las relaciones entre árabes y judíos están en un momento muy delicado desde el brutal ataque del 7 de octubre y la devastadora respuesta israelí. “Así y todo, no podemos dejar que algo tan traumático impida reconocernos a nosotros mismos en nuestra búsqueda de humanidad para todos”, señala.
En abril, Hamas difundió un video de propaganda con imágenes de Hersh hablando a cámara en la que se ve su brazo amputado a la altura del codo. Esa imágenes confirmaron que se mantiene con vida. Médicos que analizaron el video explicaron que Hersh necesita entre una y dos intervenciones quirúrgicas para mejorar el estado de su brazo. “Vivo la tortura diaria de saber que mi hijo está en esta tremenda agonía y no lo puedo ayudar”.
Aparte de Hersh, Rachel extraña muchas cosas de su vida anterior. Una de ellas es el anonimato. Las cosas más habituales de una vida simple. Ir caminando al templo junto a su familia en Shabat. Estar en familia. Estar en casa. Sin objetivos. Y que sus vecinos le sonrían cuando la ven.
Esos números en su pecho tienen un efecto devastador. “Cuando la gente entiende de qué se trata, me miran a los ojos y se dan cuenta que están mirando a la peor pesadilla que pueden imaginar y eso provoca mucho miedo. Es muy común que comiencen a llorar. Y la verdad que es muy triste ser reconocida por una tragedia terrible”.
Los números en su pecho incomodan. No es confortable mirar a una madre a la que le robaron a su hijo hace esa cantidad de días. “Todos deberíamos estar incómodos con esta situación”, remarca.
Una mujer que la vio en el Vaticano mientras esperaba su reunión con el papa Francisco se sorprendió por la calma y entereza que emanaba Rachel. “Es que estoy hablando con Hersh”, le explicó ella suavemente. “Hablo mucho con él. Todos los días. Siempre le digo que lo amo. Que se mantenga fuerte. Que sobreviva”.
Por Daniel Helft
Fuente: LaNacion
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