Después de sobrevivir los horrores del Holocausto, Yantu Weisz tuvo una vida plena e independiente hasta los 109 años.
Yantu Weisz tenía 35 años en 1944, cuando los nazis entraron al pueblo húngaro de Mezokovesd y sitiaron a la comunidad judía. Yantu fue subida a la fuerza junto con su hermana y su madre a un vagón de carga. A medida que el tren avanzaba hacia Auschwitz, todos los que estaban a bordo entendieron cuál era el destino final de ese viaje: las cámaras de gas y el crematorio.
Un par de días más tarde, el tren atravesó el famoso portón de ladrillos rojos con todos los pasajeros a bordo cansados y desanimados. Cuando abrieron las puertas del vagón de ganado, lo primero que Yantu vio fue un par de botas negras brillantes. Éstas pertenecían a un soldado inmaculado que tenía en la mano una fusta: el ‘Ángel de la Muerte’, Iosef Mengele. Yantu y el resto de los “pasajeros” fueron empujados hasta que se formó una fila sobre la que Mengele apuntaba su fusta: a la derecha, para los trabajos forzados; a la izquierda, muerte instantánea.
Aunque estaba molesta por no haber tenido hijos, eso le salvó la vida.
Era obvio que la madre relativamente anciana de Yantu estaba destinada a la muerte, y las dos hermanas decidieron no abandonarla. En ese momento no sabían cuál hermana se salvaría y cuál acompañaría a su madre a la cámara de gas.
Como la hermana de Yantu tenía un hijo pequeño, de inmediato la enviaron hacia la izquierda con su madre.
Yantu llevaba diez años de casada y todavía no había sido madre. Aunque estaba molesta por no haber tenido hijos, eso fue lo que le salvó la vida.
Sin embargo, antes de la funesta deportación, Yantu había quedado embarazada. Cuando estaba en la fila de Mengele, ordenaron que todas las mujeres embarazadas dieran un paso al frente para “recibir mejores condiciones”. Cuando Yantu estaba a punto de adelantarse, otra mujer le advirtió que no revelara su embarazo: si en Auschwitz sabían que estabas embarazada, eso implicaba una muerte segura.
Una noche, después de haber estado en Auschwitz durante algunas semanas, Yantu se sintió muy débil y tuvo fuertes dolores abdominales. Fue a la letrina y el bebé salió.
Después Yantu recibió ayuda de una enfermera judía, quizás la legendaria Dra. Gisella Perl, una prisionera húngara a quien le habían ordenado informar a Mengele sobre cualquier mujer embarazada que hubiera en el campo. Su perverso objetivo: efectuar crueles y dolorosos “experimentos médicos”.
Sin embargo, la Dra. Perl desafió esas crueles órdenes. Ella advertía a todas las mujeres embarazadas del peligro en que se encontraban. Entonces, sin instrumental, anestesia, vendajes ni antibióticos, la Dra. Perl a menudo salvó las vidas de esas mujeres embarazadas al efectuar con cuidado y compasión un aborto… en el medio de la noche… en las sucias literas de las barracas.
(La Dra. Perl sobrevivió la guerra y se radicó en Nueva York, donde se especializó en fertilidad y convirtió en su misión traer vida al mundo, tal como quedó registrado en su autobiografía: I Was a Doctor in Auschwitz, “Yo fui una médica en Auschwitz”).
Luego del aborto espontáneo, Yantu se sintió muy mal y en contra de todos los consejos, fue al “hospital” del campo de concentración. Allí Mengele iba cada día de visita, caminaba entre las camas y señalaba a aquellos que debían ser llevados a las cámaras de gas. Milagrosamente, nunca señaló a Yantu.
Una noche, una de las amigas de Yantu fue al hospital y le dijo que debía levantarse: había un transporte que las llevaría a un lugar mejor. Yantu estaba muy débil y le dijo a su amiga que partiera sin ella.
De ese transporte no sobrevivió ninguna persona.
Durante seis meses, primero en Auschwitz y luego en una fábrica de municiones fabricando balas, Yantu soportó las condiciones más espantosas: una táctica nazi para transformar a los judíos en seres infrahumanos. Los prisioneros recibían alimento una vez al día, una pequeña porción de pan y algo para beber por la noche. Una vez, Yantu decidió guardar su pan para la mañana, para tener más fuerzas durante el día. Ella ocultó el pan debajo de su cabeza pero al llegar la mañana había desaparecido… ¡Se lo habían robado! Desde ese momento, Yantu siempre comió su pan de inmediato.
Cada vez que Yantu hablaba sobre su experiencia en el Holocausto, ella decía que ninguna historia, película o libro, podía transmitir adecuadamente el horror que soportaron.
La liberación y el Nuevo Mundo
Un día, todos los guardias nazis desaparecieron. ¡Eran libres! La guerra había terminado y Yantu sobrevivió gracias a su fuerza física y una enorme determinación por vivir. Sin embargo, con absoluta humildad, ella no consideraba que su supervivencia fuera algo de lo que enorgullecerse. Siempre decía que los mejores, las personas más delicadas, habían muerto. Sólo los más duros lograron sobrevivir.
También Azriel Jaim, el esposo de Yantu, sobrevivió la guerra a pesar de sufrir de diabetes. Sin embargo estaba muy débil y nunca logró recuperarse por completo. (Cuando falleció tenía 67 años, pero los médicos dijeron que parecía una persona de 85).
Después de la guerra, Yantu y Azriel Jaim regresaron a su pueblo en Hungría para ver qué había quedado. Una de las hermanas de Yantu se había escondido en Budapest y sobrevivió. Además, dos de los tres hermanos de Yantu sobrevivieron a los campos de trabajos forzados.
Tras la guerra, Yantu tuvo dificultad para volver a quedar embarazada y sufrió varios abortos, complicaciones producto de su experiencia en Auschwitz. Ya estaba al final de sus 40 cuando tuvo dos hijos, a quienes ella se refería como “milagros”. Su hijo, Rav Noson Weisz, rabino y director del programa latino de la Ieshivá Aish HaTorá en Jerusalem, y su hija, Annie, que vive en Nueva York.
La religión estaba prohibida y los niños debían ir a la escuela en Shabat.
Durante unos pocos años la familia Weisz formó parte de la floreciente comunidad judía de Budapest. Azriel Jaim tenía un trabajo gubernamental y Yantu era modista. Sin embargo, cuando Hungría se convirtió en un satélite de la Unión Soviética comunista, la vida se volvió muy difícil. Estaba prohibido practicar la religión en público y los niños debían ir a la escuela en Shabat.
La familia Weisz quería partir, pero las fronteras estaban cerradas.
Con la revolución húngara de 1956 las fronteras quedaron abiertas y Yantu insistió en que debían escapar para que sus hijos pudieran crecer como judíos orgullosos y no como comunistas. En la primera oportunidad que tuvieron, se escaparon a Viena, donde aplicaron para visas a Israel, los Estados Unidos y Canadá. La visa para Canadá llegó primero, así que inmigraron a Toronto.
Yantu, con su increíble capacidad de adaptación, en seis meses ya hablaba inglés con fluidez y había reestablecido su carrera como una exitosa diseñadora de alta costura que confeccionaba vestidos de novia y trajes de fiesta.
Fuerte e independiente
Yantu vivió sola en Toronto hasta los 102 años, trabajando como modista y completamente independiente todo el tiempo. Ella describió al trabajo como “la mejor medicina para cualquier problema”.
“Para ella lo más importante era su independencia”, asegura su hijo, Rav Weisz. “Su vista y sus facultades mentales se mantuvieron agudas hasta el final”.
Yantu deseaba que su hijo fuera médico, pero él quería ser rabino. Por eso, junto con sus estudios de Ieshivá él asistió por la noche a la Universidad de Toronto donde obtuvo sus títulos en microbiología y derecho. “Entonces mi madre quiso que hiciera un postgrado. Yo consulté con el gran Rav Moshé Feinstein, quien me dijo: ‘Ella es sobreviviente del Holocausto. Haz lo que te pide’”, cuenta Rav Weisz, quien obtuvo un Máster en Ciencias Políticas.
«Quiero que me entierren en un ataúd hecho con mi máquina de coser»
Aunque los hijos de Yantu nunca conocieron a su abuela, que falleció ese día en Auschwitz, ella era una fuerte presencia en sus vidas. “Mi madre siempre seguía los pasos de mi abuela y la citaba”, dice Rav Weisz. “Por ejemplo, mi abuela era modista y decía: ‘Yo mantuve a mi familia con mi máquina de coser, así que quiero que me entierren con un ataúd hecho con mi máquina de coser’. También mi madre era modista y los recuerdos de su madre nunca estaban lejos”.
Yantu falleció en abril del 2018 a los 109 años, dejando a 70 descendientes un legado de coraje y bondad.
“El Talmud dice que alguien que vive una vida larga por lo general puede atribuirlo a un mérito específico”, agrega Rav Weisz. “La cualidad destacada de mi madre era que si podía evitarlo, nunca tomaba nada de nadie”.
Cuando su hijo se comprometió con una mujer de una familia destacada y adinerada, Yantu insistió en pagar la mitad de los gastos de la boda. Esto mortificó a la otra familia, quienes no podían aceptar dinero de una sobreviviente del Holocausto que se esforzaba para mantenerse. Los padres de la novia tuvieron que encontrar maneras creativas de solventar la mayor parte posible de los gastos, porque Yantu se negaba a “recibir”.
“Si alguien pedía tzedaká, ella siempre daba. Incluso cuando le debían dinero, ella nunca lo reclamó”, afirma Rav Weisz. “Ella siempre daba y nunca tomaba. Ya no hay más personas así”.
Iom HaShoá, el día del recuerdo del Holocausto, es este jueves 2 de mayo de 2019. Ese jueves por la noche (28 de nisán) marca el primer iortzait de Yantu Weisz, bendita sea su memoria.
Fuente: AishLatino
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