Entramos en el Archivo Albert Einstein de la Universidad Hebrea de Jerusalén para ver manuscritos inéditos que cuentan su relación con su hijo, el temor al nazismo o su identidad judía.
Por Sal Emergui
Tres años antes de morir, Einstein fue sorprendido por el primer ministro David Ben Gurion que le ofreció ser presidente de Israel. «Me siento profundamente conmovido por la oferta de nuestro Estado de Israel y al mismo tiempo triste y avergonzado por no poder aceptarlo. Toda mi vida he tratado con asuntos objetivos. Por tanto, carezco tanto de aptitud natural como de experiencia para tratar propiamente con personas y desempeñar funciones oficiales», contestó en una misiva en la que añadió: «Me siento todavía más apesadumbrado en estas circunstancias porque, desde que fui completamente consciente de nuestra precaria situación entre las naciones del mundo, mi relación con el pueblo judío se ha convertido en mi lazo humano más fuerte». En sus últimos años, Einstein reiteró su apoyo a Israel reclamando siempre que buscara la paz con los árabes.
En su testamento, pidió legar sus tesoros intelectuales a la universidad que promovió como fusión de la pertenencia a su pueblo y la fe en la universalidad y ciencia. Ahora que se acaban de cumplir esta semana 64 años de su muerte, Einstein sigue siendo algo más que un icono universal para los universitarios en Jerusalén. El padre de la Teoría de la Relatividad es también uno de los padrinos del centro académico que este mes celebra su 94 aniversario.
No muy lejos del lugar donde el científico judío impartió la conferencia que sirvió de preámbulo a la creación de la Universidad Hebrea de Jerusalén, el Archivo Albert Einstein abre sus puertas a EL MUNDO.es para mostrar 110 joyas que se suman a la colección de 80.000 valiosos objetos. Los nuevos documentos -muchos inéditos- de puño y letra de Einstein rescatan sus temores ante la Alemania nazi e ideas embrionarias que le convirtieron en una figura del Siglo XX.
«Hemos recibido cartas originales con todo el significado que supone. Piensa en un museo que exhibe una réplica de Van Gogh y de repente le llega el original. Es muy emocionante. Éste es el hogar eterno del legado intelectual de Einstein tal y como deseaba», señala el director de Archivo y profesor emérito de Física Teórica, Hanoch Gutfreund.
Cruzar el umbral de este espacio en la Universidad es entrar en la máquina del tiempo para regresar a sus facetas como científico Premio Nobel, padre, judío, humanista o amigo. Conjoyas como las 84 hojas con derivadas matemáticas escritas entre 1944 y 1948 o el apéndice que se creía perdido de un artículo presentado en 1930 a la Academia de Ciencias de Prusia. Un intento más de Einstein de formular la gravitación y el electromagnetismo como Teoría Unificada.
O el párrafo -del que se desconoce su fecha- que incluye la explicación del principio básico en Física de la bomba atómica y el reactor nuclear. Gutfreund aclara: «Einstein formuló el principio físico que masa puede convertirse en energía que es lo que pasa en una bomba atómica. Pero de eso al resultado final, pasaron decenas de miles de horas de trabajo de científicos y técnicos de los que Einstein no tuvo nada que ver».
En la misiva original firmada en Princeton, fechada en 1935 y dirigida a su hijo Hans Albert en Suiza, Einstein se excusa por la tardanza en la respuesta al estar atrapado «en las garras del demonio matemático. No me dedico a escribir nada personal porque estoy persiguiendo objetivos desesperados y mi cabeza no sirve para nada de naturaleza contemplativa». Gutfreund nos dice que «hubo días que escribía 8 o 9 cartas. Sorprende cómo llegaban con más rapidez que hoy».
Einstein explica a su hijo sus investigaciones y se interesa por él y su hermano enfermo de esquizofrenia y la situación en Europa dos años después del ascenso de los nazis al poder en Alemania. «Leo con cierta aprensión que hay mucho movimiento en Suiza instigado por los bandidos alemanes. Pero creo que incluso en Alemania las cosas están empezando a cambiar lentamente. Esperemos que no tengamos primero una guerra en Europa. El armamento aleman es evidentemente muy peligroso. El resto de Europa está empezando a tomarse la cosa en serio, especialmente los británicos», escribe con preocupación y optimismo.
En las cuatro correspondencias a su amigo, el científico Michele Besso, combina cariño personal e inquietud profesional. «Me surgió una idea brillante sobre la absorción y emisión de radiación. Te interesará. Una derivación asombrosamente simple de la Constante de Planck», le cuenta en una postal en 1916. 40 años después, esa idea brillante se transformó en la base de la tecnología láser. Cada vez que tenía una idea, lo apuntaba en un papel y hacía cálculos. A su inteligencia, añadía una elevada capacidad de trabajo.
Einstein murió un mes y tres días después de Besso. Así le despidió: «Ahora él se ha apartado de este extraño mundo un poco por delante de mí. Eso no significa nada. Las personas como nosotros que creemos en la Física, sabemos que la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente».
Al toparse con el antisemitismo en su regreso a Alemania en 1914, Einstein abrazó de forma abierta y consciente su identidad judía como forma de rebelarse contra esa lacra. El científico no veía el judaísmo como religión sino como legado cultural e histórico. No como oración sino como pregunta. No sólo como precepto de la Torá sino como posición moral hacia la vida. «Tender hacia el conocimiento, el saber por el saber mismo, el amor a la justicia rayano en el fanatismo y propender a la independencia personal, he aquí lo motivos de la tradición judía que justifican mi pertenencia a ella como un don especial del destino», escribió en Este es mi pueblo.
En su única visita a Jerusalén en 1923, dio «la primera conferencia científica de la Universidad aunque fuera dos años antes de su inauguración oficial», en palabras de Gutfreund. Tras promover el proyecto y recaudar fondos en EE.UU, Einstein fue el director de su Consejo Académico.
«Yo veo el día de hoy como el más grande de mi vida», señaló Einstein en referencia a la actividad académica y trabajadora de los judíos recalcando su llamamiento a «la convivencia sincera, noble y digna con el hermano pueblo árabe». «Es una gran era de la liberación del alma judía conseguida a través del movimiento sionista», añadió Einstein incidiendo en su ángulo cultural y no nacionalista tal y como recoge el libro Las historias de los judíos laicos en el que comparte páginas con Sigmund Freud y Franz Kafka.
«En su visita, no se identifica con las personas vestidas de negro que rezan ante el Muro de las Lamentaciones pero queda admirado ante el progreso de las comunidades judías, la ciencia, la agricultura, la iniciativa de crear la Universidad en Jerusalén o el Technion», comenta Gutfreund que incide en que «estaba a favor del establecimiento de un hogar judío cultural porque pensaba que el despertar debía realizarse en el lugar donde los judíos aparecieron por primera vez en el escenario de la historia. Un hogar no tanto como refugio sino como expresión del alma judía».
Fuente: ElMundo.es
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