La Declaración Balfour, firmada el 2 de noviembre de 1917 por el entonces secretario británico de Exteriores, Arthur Balfour, fue el primer reconocimiento por parte de una de las grandes potencias mundiales –de hecho, la mayor potencia del mundo en la época– del derecho del pueblo judío a su hogar nacional en Palestina.
Por Richard Kemp
Fue la iniciativa unilateral más importante para el restablecimiento de la autodeterminación de los judíos en sus territorios históricos. Con la Resolución de San Remo, tres años después, la Declaración Balfour fue consagrada en el derecho internacional, dando inexorablemente lugar al plan de partición de la ONU de 1947 y a que David ben Gurión proclamara el Estado de Israel el 14 de mayo de 1948.
Ahora, cuando Gran Bretaña, Israel y el mundo libre empiezan a celebrar este monumental aniversario, el presidente palestino, Mahmud Abás, exige al Reino Unido que se disculpe. El hombre cuyo mandato constitucional como líder palestino expiró hace siete años, pero que sigue en el cargo. El hombre que recaudó fondos para la matanza de once atletas olímpicos israelíes en Múnich (1972). El hombre que malgastó millones de dólares de ayuda internacional destinados al bienestar de su pueblo. El hombre que tachó de “mentira fantasiosa” los seis millones de judíos que perecieron en el Holocausto.
Este hombre exige una disculpa. Por supuesto que sí. Y al exigir que Gran Bretaña se disculpe por una declaración con 99 años de antigüedad en apoyo de un hogar nacional para el pueblo judío está revelando su auténtica posición, y la auténtica posición de todas las facciones palestinas: el pueblo judío no tiene derecho a un hogar nacional; el Estado judío no tiene derecho a existir. Según Abás, Palestina, desde el río Jordán al mar Mediterráneo, pertenece a los árabes, y sólo a los árabes.
En una cena organizada por la Federación Sionista en Londres el 12 de abril de 1931, sir Herbert Samuel, alto comisionado británico para Palestina desde 1920 hasta 1925, y también el primer judío que gobernó el territorio histórico de Israel en 2.000 años, dijo: “Con el tiempo, los árabes acabarán valorando y respetando el [punto de vista] judío”.
Por desgracia, como las exigencias de Abás demuestran con demasiada claridad, no podría haberse equivocado más. A veces se dice que la violencia árabe contra los judíos comenzó con la Declaración Balfour, que les generó un sentimiento de traición por parte de los británicos y el temor ser subyugados por un régimen judío.
Esto soslaya los asesinatos y matanzas de judíos a manos árabes en Oriente Medio, incluidas Yafo y Jerusalén, a lo largo del siglo XIX y el XX, en los años previos a 1917, por el mero hecho de ser judíos.
El odio árabe a los judíos no empezó en absoluto con la Balfour. Pero sí se intensificó a raíz de la Balfour. Fue esta intensificación, acompañada de sus matanzas, sus revueltas y disturbios contra los británicos y los judíos, lo que provocó que Gran Bretaña flaqueara y faltara a su declaración de 1917 de apoyo a un hogar nacional judío. Eso causó que el Gobierno británico presentara sendos libros blancos en 1922 y 1939 con la intención de apaciguar la violencia y la resistencia árabes imponiendo restricciones a la inmigración judía a Palestina y al desarrollo de la milenaria presencia judía en su patria histórica.
Eso causó que los británicos impidieran la inmigración judía a Palestina, a pesar de que estaban siendo masacrados por millones en Europa. Eso llevó, incluso, a que Gran Bretaña enviara a supervivientes de Auschwitz de vuelta a la guarida de los asesinos nazis. Y eso causó que Gran Bretaña actuara de un modo que precipitó la desesperante violencia judía contra los británicos en Palestina en los años cuarenta, cuando era lo último que querían hacer los judíos.
Eso causó que Gran Bretaña se abstuviera en la resolución de 1947 de la Asamblea General de la ONU que daba lugar al restablecimiento del Estado judío en 1948. E incluso que designara a un general británico –sir John Glubb– para que liderara la invasión de Israel llevada a cabo por la Legión Árabe inmediatamente después.
Eso ha causado que Gran Bretaña, hasta el día de hoy, no condene a veces las agresiones árabes contra los israelíes, y que encuentre excusas para su violencia. Todo para apaciguar a los árabesy a sus defensores en el mundo musulmán, y también en casa.
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute © Versión en español: Revista El Medio