La tercera clave del éxito de Israel en su gestión hídrica es reciclar aguas residuales para una agricultura mucho más eficiente.
Por Carmelo Jordá
La visión original de los fundadores de Israel era la de un país con un carácter marcadamente agrícola. De alguna forma, muchos entendieron que para volver a la Tierra Prometida era necesario volver a la tierra en sí y las oleadas sionistas de la primera mitad del siglo XX llenaron el país de colonias dedicadas a la agricultura: los famosos kibutz.
Afortunadamente, los kibutz ya no son lo que eran: la inmensa mayoría de ellos superaron hace décadas la ideología y la organización socialistas en la que se basaban. También la agricultura ha dejado de ser una pieza central de la economía israelí –los propios kibutz invirtieron en otros campos y crearon empresas de muchos tipos– pero a pesar de que su aportación al PIB sea pequeña, sigue siendo un sector básico para Israel por varias razones: la seguridad alimentaria en un país enclavado en un entorno tradicionalmente hostil, cierto orgullo nacional vinculado a esos pioneros sionistas y, por último pero no menos importante, los desarrollos tecnológicos y empresariales que han nacido de la agricultura y ahora se exportan a todo el mundo.
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Pero, ¿y el agua?
Todo lo anterior está muy bien pero sería imposible de no contar con un suministro abundante, constante y fiable de agua, y más en un lugar como Israel, en buena parte desértico y con altas temperaturas durante muchos meses del año.
Dos estrategias se han desarrollado paralelamente para conseguir que no faltase el líquido elemento en el campo israelí: una, como siempre, el ahorro, del que hablaremos más adelante; la segunda quizá sea todavía más llamativa, es el uso masivo de agua reciclada: Israel reutiliza nada más y nada menos que el 85% de sus aguas residuales y para hacernos una idea de lo que esto supone hay que decir que en España ese porcentaje está entre el siete y el diez por ciento y, atención, pese a la distancia sideral que nos separa del país hebreo somos el líder europeo y segundos en el mundo en la materia.
Y la mayor parte de este agua reciclada se destina a la agricultura, así que aproximadamente el 90% de los riegos agrícolas en el país se hacen gracias a residuos que de otra forma habrían ido a parar al mar.
Tratamiento masivo: Shafdan
El mejor sitio para conocer esa ingente capacidad de reciclar agua es la planta de tratamiento de Shafdan, al sur de Tel Aviv. Allí llegan las aguas residuales de unos tres millones de personas que viven en el centro del país.
A través de las dunas que cubren la zona dos grandes tuberías llevan hasta el interior de la planta lo que hasta no hace tanto era un engorroso residuo y ahora es un valioso recurso. Las instalaciones son propiedad de Mekorot, la empresa pública del agua israelí, y su portavoz Lior Gutman nos explica junto a los grandes depósitos que, para poder usarse en la agricultura, la purificación del agua tiene que pasar por tres estadios y que, aunque no lo hacen, técnicamente serían capaces de someterla a un cuarto que la haría apta incluso para el consumo humano.
Parte del proceso se desarrolla en unas instalaciones cerradas en las que se retiran los residuos sólidos, después, pasando de unos tanques a otros ya a cielo abierto el agua va depurándose hasta que es posible devolverla al sistema –obviamente, en un circuito diferente al del agua destinada al consumo doméstico– y distribuirla por todo Israel.
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La planta de Shafdan cuenta también con unos grandes depósitos en los que a partir de los peores residuos se genera biogás, con lo que se reduce el consumo energético de las instalaciones.
En contra de lo que podría pensarse, Shafdan no es un lugar desagradable: en un día con viento suave el olor sólo se nota cuando estamos literalmente encima de las aguas residuales y no hay mucho más ruido que un operario que cortaba el césped con una especie de cochecito que conducía como lo habría hecho el mismo Fernando Alonso. Pero así, casi sin que uno se dé cuenta, millones y millones de litros de agua se van recuperando para un segundo uso, para un nuevo ciclo vital.
De la diálisis a los residuos del ganado
En algunos puntos de Israel la capacidad para depurar agua y darle una nueva vida alcanza un notable virtuosismo y se logra con soluciones tan brillantes como sorprendentes. Es lo que ocurre en los Altos del Golan, a tiro de piedra –aproximadamente a un kilómetro– de la frontera con Siria, en una planta de depuración que tiene que hacerse cargo de los residuos que generan las ganaderías de vacuno de los alrededores.
«Aquí tratamos las aguas residuales producidas por 5.000 personas y 5.000 vacas –nos dice Mino Negrini, CEO de NUF Filtration– el equivalente sería tratar las de una ciudad de 150.000 personas«. Para poder reciclar estos residuos de la ganadería es necesario un tratamiento «de muy alto nivel», porque las vacas no sólo producen muchos desperdicios sino que estos están «llenos de materia orgánica».
La solución no puede ser más ingeniosa: reutilizar los filtros médicos que se usan en los tratamientos de diálisis y que, obviamente, sólo pueden emplearse una vez. NUF Filtration los recupera hospital por hospital y los esteriliza para poder volver a usarlos: «Son el mejor filtro disponible en el mundo, al fin y al cabo imitan al mejor filtro del mundo que es el riñón».
Su eficacia es tal que permite retener «toda, y recalco el toda, la contaminación microbiológica y todas las partículas en suspensión, lo único que lo atraviesa es el agua y la sal». El proceso se realiza sin usar ningún producto químico y los filtros se pueden limpiar y usarse durante bastantes años y, encima, son realmente baratos: los hospitales están deshacerse de esos residuos que para ellos son difíciles de gestionar.
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El agua puede usarse para regar cualquier tipo de cultivo y es perfectamente transparente e inodora, aunque conserva un color amarillento fruto de alguno de los residuos generados por las vacas. Una vez tratada, se almacena temporalmente en un estanque junto a planta sobre el que vemos la puesta de sol en una tarde agradable y ventosa, fresca en las alturas del Golán, un lugar quizá inesperado para una idea realmente insólita.
El rapidísimo ciclo del agua
Esta planta en un extremo del país nos muestra como el ciclo de vida de prácticamente toda el agua que se usa en Israel es doble: al primer paso por el circuito doméstico le sigue el tratamiento y reciclado y, tras este, el reaprovechamiento agrícola que luego extraerá todo el valor de cada una de las gotas.
Un dato curioso es la rapidez con la que todo ocurre: en sólo cuatro cinco horas el agua captada por una de las plantas desaladoras en el Mediterráneo habrá llegado a un hogar israelí y, tras ser usada y desechada por el desagüe, sólo tardará unos tres días en superar todo el proceso de purificación y regar, a través de un eficiente sistema por goteo, un campo agrícola en cualquier parte del país.
Otra vez el ahorro… y la tecnología
Precisamente, el riego por goteo y el ahorro de agua que supone son el otro elemento esencial en lo que ha logrado el sector agrícola israelí, que usando estas técnicas avanzadas para la gestión de los campos obtiene resultados muy superiores en cantidad y calidad con mucha menos agua.
De nuevo, una comparación con lo que ocurre en nuestro país nos servirá mejor que nada para entender la magnitud del ahorro: el sector agrícola en España consume casi 15.500 hectómetros cúbicos al año, con los que genera el 2,7% del PIB de nuestro país, es decir, unos 32.500 millones de euros.
Por su parte, el campo israelí consume unas trece veces menos agua, 1,2 hectómetros cúbicos, con los que logra un resultado económico que supone un 2,4% del PIB total del país hebreo: unos 9.900 millones de euros. Es decir, que con sólo un 7,9% del agua que usamos en España para la agricultura, en Israel se genera un sector agrícola que es casi un tercio del español.
Los inventores del riego por goteo
El mejor lugar para conocer la historia y el presente de esta tecnología es la factoría en el kibutz Magal de Netafim, la empresa que lo inventó. Allí nos recibe Gal Yarden, presidente de la división de la compañía para Europa, Oriente Medio y África, que nos cuenta como el negocio que nació en otro kibutz cercano en 1965 emplea ahora a 5.000 trabajadores en todo el mundo –entre otras muchas cosas tienen una fábrica en Ribarroja de Turia, muy cerca de Valencia– y factura 1.100 millones al año.
Yarden nos cita algunos casos de éxito: cultivos de arroz en Italia que han usado un 70% menos de agua y un 30% de nutrientes para obtener un cereal de la misma calidad y con menos emisiones de CO2; o en Grecia, donde no sólo se ha gastado un 68% menos de agua sino que se ha logrado hacer crecer el arroz en laderas.
Y es que la tecnología de irrigación por goteo se ha desarrollado tanto que ahora permite no sólo regar la planta en cuestión, sino entregarle de la forma más eficaz posible todos los nutrientes que necesita, sin desperdiciar nada. En algunas ocasiones la producción prácticamente se dobla y el directivo de Netafim nos asegura que normalmente bastan entre un año y medio y tres para amortizar la inversión.
La empresa se compromete a facilitar a los agricultores una solución completa que no es sólo las tuberías, sino los equipos para controlar todo el proceso, los filtros para que el agua no tenga ninguna impureza que pueda dañar los dosificadores… Mientras visitamos la pequeña granja experimental que tiene Netafim junto a la fábrica uno de los expertos de la firma nos explica lo que son capaces de conseguir, más allá de mejorar la producción: «Se puede hacer crecer cualquier cultivo, en cualquier suelo y sea cual sea el clima«.
Una frase que es un involuntario pero inmejorable resumen del empeño con el que Israel ha logrado salir adelante pese a tenerlo todo en contra: los vecinos, el territorio y hasta un clima que podría haber privado al país de lo más básico: el agua y ese pequeño gesto que damos por sentado, pero que en realidad es casi un gran milagro: abrir el grifo y disponer de agua para beber.
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Fuente: LibreMercado
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