En sólo unos años Israel ha pasado de ser un país con serios problemas para poder abastecerse a ser capaz de casi regalársela a sus vecinos.
Por Carmelo Jordá
Durante años, los telediarios de Israel abrían hablando de la cantidad de agua que había en el mar de Galilea. «El nivel del Kineret –el nombre en hebreo del mayor lago de agua dulce del país– era el nivel de ánimo de los israelíes«, me cuenta un periodista en la orilla de la gran masa de agua sobre la que caminó Jesucristo.
Había una buena razón para ello, mucho más allá de aspectos sentimentales o del interés por el Nuevo Testamento: el lago de Tiberiades, como también se lo conoce, era la mayor y casi única reserva de agua dulce del país y lo siguió siendo hasta bien entrado el siglo XXI.
Y es que no descubrimos nada si decimos que Israel es un país seco, en parte desértico, así que no es extraño que incluso antes, desde su nacimiento en 1948, sus padres fundadores tuvieran, entre otras muchas preocupaciones, la de lograr suficiente agua para una población en constante crecimiento y un sector agrícola que entonces era parte esencial del impulso sionista.
Aún hoy en día, si bien hace mucho que la agricultura ha dejado de ser esencial para el conjunto de la economía israelí, sí es una parte importante del orgullo nacional de un país en el que muchos de sus pioneros se establecieron en comunas agrícolas, los famosos kibutz.
Hoy en día, sin embargo, Israel no sólo tiene agua más que suficiente para un consumo que poco a poco se va elevando y para unos agricultores que incluso se permiten exportar, sino que incluso puede venderle agua a sus vecinos: Jordania recibe nada más y nada menos que 100 hectómetros cúbicos al año a precio de saldo y, tan pronto como se creen las infraestructuras al otro lado del río Jordán, esa cantidad podría doblarse. Además, la Autoridad Nacional Palestina recibe otros 100 hectómetros e incluso Gaza, donde Hamás se niega a cualquier compromiso con Israel, tiene asignados otros 20 de los que actualmente sólo usa la mitad.
Propiedad del Estado, pero a precio de mercado
¿Cómo ha sido posible este trayecto desde ser un país desértico en el que el agua era una obsesión a disponer incluso de más de la necesaria? Libertad Digital ha recorrido Israel en un viaje de la organización EIPA para conocer esta historia y la analizaremos en una serie de tres artículos en los que hablaremos de decisiones políticas, de infraestructuras, de tecnología e incluso de ingenio humano, un ingrediente que suele estar en no pocos de los éxitos de este pequeño país.
Empezaremos por el principio: inspirados por el fuerte componente socialista que tenía el movimiento sionista y por la necesidad de construir instituciones fuertes en un entorno hostil, los fundadores de Israel decidieron que toda el agua en el país era un bien público propiedad estatal. Y cuando decimos toda queremos decir toda: la de ríos y lagos, la de los acuíferos subterráneos e incluso el agua de lluvia que alguien pudiera almacenar en una piscina. En Israel era, y es, imposible hacer un pozo o bombear agua de un arroyo sin el visto bueno de las autoridades y, además, no es nada fácil conseguirlo.
Cualquier decisión sobre el agua se tomaba bajo una estricta supervisión política en la que participaban seis ministerios y otra media docena de entidades públicas, un sistema que demostró sus flaquezas –a pesar de algunos logros importantes– y que acabó dando paso a otro esquema no mucho más liberal pero sí bastante más racional: en 2007 se creó la Autoridad Nacional del Agua, un organismo que, pese a partir de nombramientos políticos, funciona de forma independiente –algo no tan extraño en un país en el que los gobiernos pueden durar sólo unos meses– y que toma las principales decisiones sobre el agua en todo Israel, entre ellas la definición de las tarifas.
De hecho, una de las primeras medidas que puso en marcha este organismo demostró esa independencia de la política, ya que era lo suficientemente impopular como para que ningún gobernante se atreviese a tomarla: una subida de los precios para que los usuarios pagasen el coste real del agua que llega a sus casas, campos o industrias. ¿Resultado? Aumentar aún más la concienciación de una población que como decíamos siempre ha entendido que no se trata de un recurso infinito y, por la vía del sablazo económico, una reducción del consumo de cerca de un 20%.
Una única empresa…
Israel cuenta también con una única compañía –de propiedad pública– que gestiona muchos de los pasos que da el agua: Mekorot. Fundada incluso antes de la independencia del país en 1948, en bastantes aspectos funciona como una empresa privada, con un alto nivel de exigencia y eficacia, a pesar de ser 100% del Estado.
Además, en distintos momentos del ciclo del agua Mekorot se relaciona con agentes privados –algunos de los suministradores de agua lo son– y también con otras empresas públicas: las formadas en agrupaciones de municipios y que se encargan el servicio a los consumidores, es decir, de llevar el líquido elemento a los hogares, las industrias…
En este momento son 56 empresas de servicios municipales –ahora van a reducirse a una tercera parte en busca de una mayor eficiencia, nos cuenta en Tel Aviv Olga Slepner, asesor de la Dirección General y responsable de la Unidad de Relaciones Internacionales de la Autoridad Nacional del Agua– que también tienen que aplicar criterios de gestión privada y que no responden ante los ayuntamientos. De hecho los consistorios tienen que pagar el agua como cualquier otro usuario: se acabó regar parques de cualquier manera.
Resumiendo mucho: el sistema que lleva el agua a los hogares de Israel incluye suministradores privados de agua, la propia Mekorot que gestiona el líquido elemento a lo largo de todo el país y, finalmente, empresas que operan en varios ayuntamientos al mismo tiempo y que son las que llevan el agua a los grifos de las casa.
…Y una única cuenca hidrográfica
A pesar de su pequeño tamaño, Israel tiene regímenes de lluvias muy distintos y, por tanto, recursos hídricos muy diferentes de una parte a otra: en la franja más al norte las lluvias son bastante abundantes y el Mar de Galilea supone una gran reserva de agua: hasta 4.400 hectómetros cúbicos cuando está lleno.
Por su parte, la zona del centro tiene una pluviosidad razonable, aunque con ciclos de sequía que complican las cosas; finalmente, el sur es literalmente un desierto en el que pueden pasar años sin ver una gota. No sé a ustedes, pero a mí estas franjas tan diferentes me recuerdan a algo…
Pero al contrario de lo que hacemos en otros sitios, en Israel nunca se puso en duda que las zonas con más agua debían contribuir con sus excedentes a abastecer aquellas otras en las que el líquido elemento era un bien más escaso: la primera gran infraestructura que se decidió abordar fue el Trasvase Nacional que debía llevar agua desde el norte húmedo hasta el sur seco.
Este gran acueducto nace del mar de Galilea, en unas instalaciones que aún hoy en día se siguen usando aunque en menor medida. Visitamos con un grupo internacional de periodistas el lugar del que empieza esta enorme infraestructura en la orilla del gran lago israelí. Allí el portavoz de Mekorot, Lior Gutman, nos cuenta que hoy en día esa gran masa de agua dulce ya no está sobreexplotada: «Sólo bombeamos unos 200 hectómetros cúbicos al año, que usamos sobre todo como reserva de emergencia ante picos de consumo u otras incidencias y para el agua que transferimos a Jordania».
El agua que se extrae del bíblico lago se bombea hasta otro, este artificial: el estanque Schkol, un gran depósito al aire libre que está unos kilómetros al sur y bastantes metros por encima, ya que el Mar de Galilea se encuentra en la misma depresión que el Mar Muerto y a algo más de doscientos metros por debajo del Mediterráneo. El estanque ofrece una estampa llamativa en un entorno que ya es más seco y con pequeñas montañas de fondo; en su centro una gran bandera de Israel casi flota sobre el agua y lanza todo un mensaje.
Allí junto al propio reservorio están las grandes instalaciones que depuran el agua, que una vez lista para el consumo ya entra en la red nacional, aunque en ocasiones su viaje aún es más complejo: tal y como nos cuenta en otro momento el propio Lior Gutman grandes cantidades de agua se vierten en una zona arenosa cerca de Tel Aviv y allí, tras un filtrado natural, quedan almacenadas en un acuífero subterráneo para ser extraídas cuando sea necesario.
Además, a partir de noviembre este gran acueducto nacional, que por supuesto llega hasta las zonas agrícolas del sur, ya en el desierto del Negev, podrá funcionar en el sentido opuesto y llevar agua desde el centro de Israel hasta el mar de Galilea si la situación en el lago lo requiriese: «Vamos a hacer la primera prueba en un par de meses, nos aseguraremos de que todo va correctamente y de que no hay fugas y el sistema quedará preparado para ser usado si es preciso, aunque por lo pronto no prevemos hacerlo porque la situación del Kineret es inmejorable», asegura Lior Gutman en unas instalaciones junto a un lago de Tiberiades que, desde luego, tiene un aspecto bellísimo, difícilmente mejorable.
¿Y de dónde sale esta agua que podrá llenar en el futuro el Mar de Galilea? De eso les hablaremos en el próximo artículo.
Fuente: LibreMercado
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