Las democracias asediadas son capaces de escindir su modo de vida en dos, uno para los propios, otro para los enemigos
Vivimos en una era de sobre determinación tecnológica y científica. Dedicamos nuestras existencias a reflexionar, racionalizar, anticipar, organizar, evaluar y corregir. Nuestra forma de vida está basada en millones de interacciones diarias entre individuos y sofisticados sistemas organizativos (redes de transporte, energía, agua, alimentación, sanidad o seguridad) que hacen posible un grado de autonomía y realización personal inédito en la historia.
Pero no solo dominamos la tecnología. Nuestras sociedades se basan en una serie de principios y valores comunes, desde la igualdad ante la ley hasta la solidaridad intergeneracional y el bienestar colectivo. Se fundan en el principio de proteger la vida, asegurar a sus ciudadanos frente la incertidumbre y lograr que las personas desarrollen su máximo potencial.
Y, de repente, esa sociedad recibe un electroshock, un fogonazo que desarticula ese complejo edificio y nos retrotrae a un momento histórico que no conseguimos situar con exactitud (¿la Edad Media? ¿la Edad de Piedra?) o a algo tan atávico en nuestra naturaleza que nos resistimos a identificar como propio y calificamos rápidamente como inhumano.
¿Qué le ocurre a una sociedad avanzada cuando enfrenta una barbarie tan simple, directa y brutal como la que representan los atentados yihadistas que estamos viendo? ¿La incorpora como un accidente, otro mal funcionamiento esporádico del sistema, y deja que las vidas normales de la gente normal sigan su curso normal? ¿O se galvaniza en defensa de una forma de vida que percibe sometida a una amenaza existencial y se reorganiza política y socialmente para hacerla frente?
Si miramos a Israel, probablemente concluyamos que las dos opciones no son excluyentes. Las democracias asediadas hacen cosas extrañas: son capaces de escindir su modo de vida en dos, uno para los propios, a los que siguen garantizando una vida basada en esas aspiraciones comunes; otro para los enemigos, a los que eliminan sin contemplaciones. Apartar a cualquier precio la barbarie, como si fuera un cuerpo extraño, para poder seguir adelante con nuestras vidas. ¿Es eso lo que vamos a ver en Europa? Es pronto para decirlo, pero es una demanda que ya está ahí, y que se va a organizar políticamente.
Escrito por José Torre Blanca @jitorreblanca
Fuente: El País