Las iniciativas de convivencia entre ambas comunidades proliferan, pero pocas son tan eficaces como aquellas que la promueven a través del juego. Un evento en Jaffa-Tel Aviv lo demuestra
«Todo comenzó hace aproximadamente un año. Estaba con algunos amigos en Jerusalén debatiendo sobre un proyecto con el quequeríamos unir a judíos y árabes aprovechando el amor compartido por la música en Oriente Medio. Como puedes imaginar, no nos poníamos de acuerdo en nada. Rápidamente el debate se convirtió en una acalorada discusión. Dror, uno de mis mejores amigos, dijo: ¿Por qué no nos tomamos un descanso? ¡Juguemos a algo!».
Son palabras de Zaki Djemal, un emprendedor de 30 años, de origen sirio-judío, que ha crecido en Jerusalén y que en aquel momento consideró la proposición de Dror como una distracción frente a su objetivo inicial. Ante la insistencia de su amigo, aceptó. Los chicos, de ambos grupos étnicos, hicieron uso del único juego de mesa que encontraron: un backgammon.
«En seis o siete minutos de juego Mahmoud le estaba dando una paliza a Dror». El backgammon no solo es un juego divertido y atractivo, «es un juego que todos, judíos y árabes, conocíamos. En seis cortos minutos había conseguido diluir por completo la tensión. Estábamos bromeando, burlándonos de las habilidades de los demás, y el debate original fue completamente olvidado», añade.
Fue entonces cuando se les ocurrió la idea de organizar un torneo con este juego de mesa que involucrara a ambas comunidades. Así nació ‘Jerusalem Double Project’, una liga de backgammon con la que pretendían organizar una serie de torneos para judíos y árabes en Jerusalén Este, habitada por palestinos, y Jerusalén Oeste, con población judía. «Queríamos que ambos grupos se reunieran, más allá del ajetreo diario de los autobuses, de los supermercados o de los hospitales. Queríamos que hubiera un cruce entre barrios que durante años se han segregado por completo», explica el joven.
Su último torneo hasta la fecha ha tenido lugar en la última semana de 2017. Hoy dicha liga, de la que Djemal es cofundador, cuenta con 6.000 jugadores y ha reunido apoyo, no solo en Jerusalén, sino en todo el mundo.
Que hace un año él y sus amigos encontraran un backgammon en la habitación donde estaban reunidos tampoco es una casualidad: se trata de un juego muy arraigado en Oriente Medio, especialmente en el Irak actual. «Aunque el juego se hizo popular y se extendió hacia el oeste en la época romana, nunca dejó de ser importante en nuestra zona. Los imperios han venido y se han ido, pero el backgammon siempre ha estado aquí y se quedará», dice el chico.
«Empatía entre desconocidos»
Lo suyo, además, es una cuestión de herencia. Su propio abuelo – con el que comparte nombre – era un «orgulloso judío sirio que jugó al backgammon en Tailandia con los embajadores de Egipto e Irán entre 1960 y 1970″.
Djemal considera que este juego funciona en Oriente Medio porque es «accesible e inclusivo». Las reglas son simples, cualquiera puede jugar, cualquiera puede ganar. «Borra la jerarquía y permite a personas de todos los orígenes tener un lugar en la mesa». En su particular liga han participado profesores, taxistas, mujeres y hombres de negocios, mecánicos, políticos… «Y, aunque en el mundo real todos ellos pueden mandar más o menos, pedir más o menos respeto, poseer más o menos propiedades, o tener más o menos dinero, en el backgammon ni las fichas blancas ni las negras tienen ventaja: todos somos iguales«.
Lo más importante, añade el joven, es que este juego se basa en dos personas, sentadas una en frente de otra, mirándose a los ojos, jugando juntas. «El juego crea empatía entre desconocidos, incluso entre enemigos aparentes. Puede hacer que uno confíe en el otro, incluso aunque alguno de los jugadores haya experimentado desilusión, sufrimiento, dolor o miedo. Nos inspira a asumir riesgos». Pero este no es el único ejemplo de cómo el juego diluye barreras y reduce odios entre israelíes y palestinos.
«El juego es un idioma como cualquier otro y nosotros lo utilizamos para entendernos en una sociedad en la que hay quien trata de promover la enemistad y el racismo«, explica Carlos Stiglic. Es judío, vive en Israel, y es vicedirector de Shatil, una institución con más de 30 años de historia que promueve los derechos humanos y civiles, el respeto a las diferencias religiosas y culturales, y el reconocimiento de una sociedad compartida entre distintos grupos étcnicos en una tierra, siempre disputada, que comparten israelíes y palestinos.
Creen que lograr la coexistencia y convivencia de diferentes grupos étnicos y religiosos es más fácil si sus integrantes llegan al entendimiento. Se lo han propuesto recientemente con un hackathon que ha tenido lugar la última semana de 2017 y con el que, durante algunas horas, «crear juegos para la vida en común y unir a la población» se ha convertido en parte de la solución. «La vida es un juego en conjunto. Quizás un juego no puede cambiar el mundo pero puede animar a que alguien se lo proponga«, añade Stiglic.
En él ha participado más de un centenar de personas que se han reunido en Jaffa-Tel Aviv, una de las ciudades más multiculturales de este pequeño reducto de Oriente Medio donde árabes y judíos comparten, incluso, edificios. Se le considera un lugar ancestral, antiguo y con historia, mayoritariamente musulmán.
Problemas comunes, soluciones compartidas
Los participantes han trabajado juntos -y ayudados por mentores especializados- para analizar problemas comunes y buscar soluciones, también compartidas, a través de juegos: madres con sus hijos, directores de colegio con sus alumnos, educadores, arquitectos, diseñadores de juegos, miembros de organizaciones no gubernamentales, fundaciones y movimientos juveniles. Adultos, jovenes y niños. Israelíes y palestinos, judíos, musulmanes y cristianos – más o menos religiosos – unidos por una misma causa.
Los juegos, todos creados durante ocho horas de competición entre personas de diversos perfiles que no se conocían de nada: desde un ‘escape room’ con el que árabes y judíos deben responder diferentes preguntas para poder salir de una habitación, ayudándose los unos de los otros; a un juego con el que organizar una ciudad desde una perspectiva multicultural; a otro con el que los participantes tienen que salir a la calle a hacer preguntas sobre diversidad a los transeúntes; o a un juego de mesa con el que lograr un acuerdo político entre israelíes y palestinos. «Buscamos que los jugadores se involucren juntos, tengan un objetivo en común y logren que sus juegos sean herramientas para el cambio social», explica Doaa Diab, palestina musulmana y una de las personas implicadas en la organización del evento.
La intención ahora es que los prototipos creados sigan desarrollándose y la idea no quede en un día: que lleguen a todos aquellos que, a pesar de sus ganas, no pudieron participar. Que se envíen, también, a cuantos más colegios, mejor. «Nosotros nos hemos comprometido a acompañar después de este evento, por lo menos, a dos o tres iniciativas de juego que creamos que pueden ser efectivas y llegar a un porcentaje de población relativamente alto», explica Stiglic. Además, The New Israel Fund Initiative for Social Change, fondo al que pertenece Shatil, apoyará económicamente la idea de varios de los juegos. «Con esto queremos dar respuesta a cientos de miles de personas en Israel que quieren vivir en conjunto y sienten que esta es una oportunidad de poder hacerlo».
Al fin y al cabo, explica Stiglic, aunque estos eventos duren un día o unas horas, la gente que participa en ellos trabaja 365 días al año para «promover la idea de una sociedad que respeta la diversidad. Es algo ideológico y político. Nos unimos, pero sin borrar la identidad propia, ni la narrativa, la religión, el idioma, la cultura ni la historia de cada uno. Los participantes tienen un compromiso continuo con lo que viven día a día«, añade. De hecho, algunos de los juegos surgidos durante esta jornada han sido desarrollados en varios idiomas.
Games for Peace es otra de las iniciativas que trabajan en esta línea. Una organización sin ánimo de lucro impulsada por israelies y palestinos y que trata de superar el conflicto desde las escuelas ayudándose de videojuegos como Minecraft y de competiciones virtuales. Su Jefa de Operaciones, Shahar Raz, ha colaborado en el impulso del reciente hackathon organizado por Shatil.
El juego, un camino para enseñar a vivir
Para Raz el juego es un camino para «enseñar a vivir» dentro del conflicto. «Este conflicto no ha finalizado, por lo que este es el momento de cooperar y de crear un futuro basado en el ahora», sostiene. Con este tipo de iniciativas, dice, los diferentes grupos se están acercando y conociendo.
«No se trata de ganar, sino de conseguir lo mejor para todos». Para ella, uno de los objetivos de actividades como el hackathon debe ser el enseñar que ni las fronteras, ni la religión ni el idioma son importantes. «Somos personas, somos vecinos, nos preocupamos los unos por los otros, y en medio del caos podemos ver más allá de los estigmas y de la manipulación informativa. Así crearemos, no solo un mejor Israel, no solo un mejor Oriente Medio, sino un mundo mejor para todos».
El juego ayuda también a crear lazos y generar convivencia, «que va más allá de coexistir», señala Stiglic. El proyecto social que quieren crear desde Shatil no debe traducirse en ciudades mixtas, sino en «ciudades en común». «Para eso hay que hacer algo, conseguir que la gente se reúna, coma y consuma cultura en conjunto. Si la vivencia es compartida la posibilidad de que haya racismo y odio se reduce. «No vamos a conseguir que el conflicto acabe, pero demostraremos que hay miles de personas que tenemos otra idea de nuestra sociedad y que impulsamos un proyecto contracultural importante».
Fuente: ElConfidencial