Codo con Codo. Así se llama una escuela de Jerusalén donde alumnos árabes y judíos comparten aulas y estudian sus respectivas culturas, lo que les lleva al cariño y el entendimiento
Muerte a los árabes» y «No hay coexistencia con el cáncer», rezaban las dos pintadas que Lehava, un grupo de judíos radicales, dejó en las paredes del colegio Max Rayne Codo con Codo (Hand in Hand es su nombre original) de Jerusalén tras haber metido fuego a una de las aulas. Han pasado casi tres años desde aquel sábado 29 de noviembre y «podemos decir que el ataque nos ha fortalecido. Al principio pensé que ese era nuestro final porque los padres tendrían miedo de enviar el domingo a sus hijos a clase por el riesgo de nuevos ataques de este tipo, pero no solo me equivoqué, sino que desde entonces nuestra fama ha crecido y tenemos una lista de espera de más de cien niños para nuestro Jardín de Infancia. Hacemos un trabajo único y hay una parte de la población que se ha dado cuenta de lo importante que es protegerlo», asegura Arik Saporta, uno de los directores de esta escuela en la que árabes y judíos comparten las aulas en un sistema bilingüe. Su despacho está presidido por un calendario enorme y bien coloreado con los días festivos para judíos, musulmanes y cristianos (católicos y ortodoxos) porque «aquí respetamos todas las festividades de cada comunidad», apunta Saporta, un hombre con voz tranquila y que desde hace siete años ocupa un despacho en el que la puerta está abierta para todo aquel que necesite hablar con él.
En Jerusalén tienen espacio para 696 alumnos y en el resto de país cuentan con cinco centros más. En total, son 1.578 los estudiantes que se educan bajo el lema de «aprender juntos, vivir juntos». Esta red es fruto de un trabajo que cumple veinte años y el objetivo de sus responsables es llegar a las quince escuelas en la próxima década. «Cada día que traigo a mis dos hijos me pregunto cómo no pude descubrir este sitio antes. Esto es todo lo contrario a lo que persigue el gobierno israelí, un sabotaje a su política de dividir a los ciudadanos», opina Fadi Suidan, abogado de Haifa, la mayor ciudad del norte de Israel, que se mudó a la Ciudad Santa porque su esposa encontró un buen trabajo como doctora en el hospital Hadassa. Al llegar a Jerusalén comenzó a buscar escuela para Lili, de 10 años, y Alan, de 6 años, «pero nada me convencía porque las escuelas árabes se rigen por el sistema palestino-jordano, lo que les impediría ir a universidades de Israel, y en las judías hay un ambiente de rechazo muy fuerte». Fadi compara la situación educativa en Jerusalén «con lo que se vivía en Estados Unidos cuando los negros iban a escuelas para negros y los blancos para blancos; suena duro, pero es lo que ocurre hoy en día en Israel y lo que Codo con Codo intenta combatir a base de diálogo e integración».
Fadi deja a sus hijos y se dirige a su gabinete en la parte oriental de Jerusalén. «Este es un lugar único en una ciudad donde la atmósfera no ayuda a poner en práctica lo que nosotros enseñamos. Dicen que es una ciudad unida, indivisible, pero en realidad es un lugar en el que manda una de las partes lo que provoca que no se trate a todas las personas por igual y esto genera problemas con la minoría árabe de derechos humanos, educativos, económicos… todos salimos perdiendo», considera Gay Aloni, que desde hace cinco años es profesor en esta escuela en la que imparte Política, una de las asignaturas estrella del programa. «Vivimos en una sociedad profundamente racista, desde los parques hasta los supermercados rezuman racismo y nuestra labor es construir puentes, analizar las narrativas de cada lado, enseñar a los alumnos a interpretar los mensajes e insistir en la necesidad de la convivencia pacífica», destaca Aloni, que hasta en los tiempos de recreo permanece en el patio para hablar y hablar con los estudiantes.
Discusiones abiertas
Abed y Tabor tienen 14 años y son alumnos de Aloni en la clase de Política. «Uno de los mejores puntos de esta escuela es la posibilidad de discutir abiertamente con la otra parte, hablamos de la actualidad, ponemos nuestros argumentos sobre la mesa y hablamos para llegar a acuerdos, pero si no lo hacemos tampoco pasa nada porque cada uno puede tener su propia opinión. Los profesores insisten en este punto, en que cada uno puede tener su opinión, pero no tiene que imponerla a nadie», explica Tabor ante la atenta mirada de su compañero. Entre ellos hablan hebreo, «porque es más fácil que el árabe», aclaran, y para Abed «la escuela ha sido la única manera de conocer una cultura tan diferente como la judía. Vivimos en la misma ciudad, pero la separación es total por lo que es aquí dentro donde he empezado a conocerles de verdad».
Estos jóvenes confiesan sentirse «seguros» cuando cruzan la puerta de entrada de la escuela y lamentan que «cuando sales fuera todo es distinto. Pones la televisión israelí y los árabes tienen la culpa de todo», destaca Tabor. «Justo lo mismo que ocurre en los medios palestinos», replica Abed, por lo que las redes sociales se han convertido en su lugar de escape. Si uno cierra los ojos y analiza el nivel de las conversaciones que mantienen, la forma de hablar de terrorismo, guerras, violaciones de los derechos humanos… no se podría imaginar que sus interlocutores tienen 14 años.
Escuela pública
El centro forma parte del sistema público israelí y recientemente recibió la visita del ministro de Educación, el ultranacionalista Naftali Benet, del partido La Casa Judía. «Pese a que sus ideas no son las nuestras, hay que decir que desde el ministerio nos dejan hacer casi todo lo que queremos, no nos ponen trabas para llevar adelante nuestro trabajo», destaca el director, Arik Saporta, que habla de una «constante renovación ya que somos el único sistema bilingüe del país y es todo un reto a nivel de currículum o para elegir los libros de texto». Su cargo, como el resto de puestos de responsabilidad, está duplicado y tiene una homóloga árabe. Esta duplicidad, que se traslada a las aulas donde el profesorado es doble hasta el sexto grado, obliga a los padres a pagar una cantidad extra cada año para hacer frente a los salarios.
Aunque la escuela pueda parecer una burbuja, la actualidad se cuela en las aulas y en momentos como la ofensiva que lanzó Israel contra Gaza en 2014, «se palpa la separación entre árabes y judíos en las calles y nos obliga a hacer un gran esfuerzo para mantenernos unidos. Tras la ‘Operación Margen Protector’, que se alargó durante 49 días en las vacaciones de verano, un alumno árabe vino el primer día de colegio a decirme que estaba contento con la vuelta a las clases porque ya no podía aguantar más en su casa y quería estar de nuevo con sus compañeros», recuerda Saporta.