Con 150.000 muertos desde abril de 2023, la magnitud de la violencia, el hambre y las enfermedades en Sudán ha superado con creces la de la Franja de Gaza, pero apenas ha recibido atención internacional, lo que ha alimentado las acusaciones de racismo.
Mujeres hacen fila afuera de un punto de distribución híbrido para recoger alimentos en un campo de refugiados en Maban, Sudán del Sur, el 20 de agosto de 2025.
La mañana del 7 de octubre de 2023, Monim Haroun se despertó con una llamada de un amigo en Sudán.
«Los Janjaweed mataron a mi hermano», exclamó su amigo. Los Janjaweed eran la milicia árabe sudanesa responsable de asesinatos en masa, violaciones y desplazamientos forzosos durante el genocidio de Darfur en la década de 2000.
Haroun, un refugiado sudanés residente en Jerusalén, se encontraba en Chad en ese momento, visitando un campo de refugiados gestionado por su empleador, la organización de ayuda a refugiados HIAS. Aún no había presenciado lo que ocurría en Israel y, al principio, no comprendió lo que le decía su amigo.
Mientras Haroun leía las noticias y veía lo que sucedía en Israel, le preguntó a su amigo si, al decir Janjaweed, se refería a Hamás. Sí, respondió el amigo.
El hermano de su amigo era Adam Mohammed Barima, un solicitante de asilo sudanés que fue una de las aproximadamente 1200 personas asesinadas por Hamás durante la invasión del sur de Israel el 7 de octubre. Barima trabajaba como conserje en el sur de Israel, donde había vivido durante años tras huir de Darfur después del asesinato de su padre en un genocidio generalizado perpetrado en gran parte por los Janjaweed.
Según Haroun, para los aproximadamente 6.600 solicitantes de asilo sudaneses que viven en Israel, Hamás es el Janjaweed.
“Sentían que Hamás había hecho exactamente lo mismo que los Janjaweed en Darfur y las montañas Nuba”, dijo. Para muchos de ellos, los ataques liderados por Hamás les recordaban los traumas de los que habían huido.
Casi de inmediato, según Haroun, empezó a recibir una avalancha de llamadas de otros sudaneses residentes en Israel. Muchos querían su ayuda para unirse a las Fuerzas de Defensa de Israel y poder defenderse.
«Cuando no pudieron hacer eso, se ofrecieron como voluntarios para apoyar a las víctimas y a las comunidades atacadas», dijo.
Para muchos refugiados sudaneses en Israel, los ataques de Hamás fueron solo una muestra más de su sufrimiento. Devastados por el 7 de octubre y sus consecuencias, también han presenciado impotentes cómo se desarrollaba otra catástrofe en su país: una brutal guerra civil que ha sumido una vez más a Sudán en la matanza, el hambre y el desplazamiento masivos.
Aunado al trauma, la experiencia de ver a la comunidad internacional involucrarse en la difícil situación de los gazanos que sufren la guerra, mientras el mundo ignora en gran medida los crímenes de guerra que, una vez más, se cometen con impunidad contra sus amigos y familiares, agrava aún más el sufrimiento.
«No conozco ningún otro conflicto que se cobre tantas vidas civiles como la crisis en Sudán», afirmó Haroun, quien huyó de Darfur a los 11 años durante el primer genocidio.
En 2005, un gran número de refugiados africanos comenzaron a cruzar a Israel en busca de seguridad tras huir de la persecución en sus países de origen y la amenaza de deportación desde Egipto.
Casi todos provenían de Eritrea, donde los hombres suelen ser obligados a realizar un servicio militar indefinido en condiciones similares a la esclavitud, y de Sudán, donde la guerra y el genocidio causaron la muerte de aproximadamente 300.000 personas y el desplazamiento de 2,5 millones entre 2003 y 2008.
Si bien Israel ofrecía una relativa seguridad, a la mayoría de los solicitantes de asilo africanos se les negó el estatus de refugiado y, en su lugar, se les otorgaron visas temporales que debían renovarse cada pocos meses, lo que les impedía trabajar legalmente. Sufrieron hostilidad y discriminación manifiestas tanto por parte del público como de los políticos, quienes los tildaron de «infiltrados».
Para 2013, una valla fortificada erigida por Israel a lo largo de su frontera con Egipto había detenido por completo la entrada de solicitantes de asilo, sellando de facto una de las pocas vías de acceso a la seguridad para las personas que huían del genocidio y el autoritarismo.
La violencia continúa.
Desde abril de 2023, Sudán se encuentra devastado por los combates entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), un grupo paramilitar liderado por el excomandante Janjaweed, Mohamed Hamdan Dagalo. La reanudación de la violencia ha desatado lo que muchos describen ahora como la peor crisis humanitaria del mundo, con asesinatos en masa, hambruna y desplazamientos forzosos a una escala que supera con creces la de Gaza, pero que recibe mucha menos atención.
Según la ONU, más de 150.000 personas han muerto directamente desde que estalló el conflicto en abril de 2023, aunque las agencias de ayuda humanitaria advierten que la cifra real de fallecidos es mucho mayor.
La crisis ha desencadenado la mayor crisis de desplazamiento del mundo, con más de 11 millones de personas obligadas a abandonar sus hogares: 8,6 millones dentro de Sudán y más de 3 millones a través de las fronteras hacia Chad, Sudán del Sur y Egipto. El Comité Internacional de Rescate la califica como «la mayor y más rápida crisis de desplazamiento jamás registrada».
En los últimos días, la situación se ha deteriorado aún más, con informes de matanzas masivas que acompañan la noticia de la captura de la ciudad de El Fasher, en Darfur, por parte de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) el miércoles, tras un asedio de 18 meses.
La ONU declaró el lunes haber recibido informes «espantosos» sobre ejecuciones, violencia sexual y ataques contra civiles perpetrados por las FAR en los últimos días.
Las Fuerzas Conjuntas, aliadas del ejército sudanés, acusaron el martes a las FAR de ejecutar a más de 2000 civiles desarmados en los últimos días.
“El nivel y la magnitud del horror que he presenciado de los supervivientes que lograron llegar a Chad, y los informes que recibo a diario de las personas sobre el terreno, son simplemente espeluznantes”, dijo Haroun, quien ahora dirige el Departamento de Incidencia y Alianzas de HIAS Israel, que apoya a los refugiados, incluidos los desplazados por la guerra civil de 2023.
Según Haroun, la población civil está atrapada entre tres elementos mortales: la violencia, las enfermedades y el hambre.
Tanto las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) como las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) atacan zonas densamente pobladas, a veces contra grupos étnicos específicos. Informes procedentes de Darfur y Kordofán describen comunidades enteras aniquiladas. Tan solo entre febrero y mayo de 2025, las masacres registradas en el estado del Nilo Blanco, Darfur del Norte y El Fasher dejaron más de 1.500 muertos. Las RSF han sido acusadas de cometer atrocidades que constituyen un genocidio contra el pueblo masalit en Sudán.
Según Haroun, los presuntos ataques contra hospitales y otras infraestructuras, junto con la escasez de material médico, han provocado la propagación descontrolada de enfermedades.
«Los refugiados me contaron que vieron montones de cadáveres en las calles camino a Chad. Los brotes de cólera y sarampión están matando gente a diario», afirmó.
La guerra también ha devastado la agricultura, de la cual depende en gran medida la población. Según la Clasificación Integrada de las Fases de la Seguridad Alimentaria, casi 25 millones de personas —dos tercios de la población de Sudán— se enfrentan a hambre extrema o hambruna, incluyendo 16 millones de niños. Ya se han reportado muertes de niños en el campamento de Zamzam, en Darfur del Norte, y en las montañas Nuba.
El mundo hace caso omiso.
A pesar de la magnitud sin precedentes y el costo humano de la catástrofe en Sudán, la respuesta internacional ha sido sorprendentemente discreta. La cobertura mediática ha sido escasa y la participación pública mínima, con pocas protestas, peticiones o campañas que llamen la atención sobre la crisis. Los esfuerzos transnacionales para detener el conflicto o brindar una intervención significativa han sido, en el mejor de los casos, limitados, y la acción coordinada entre gobiernos y organizaciones internacionales ha estado prácticamente ausente.
En una declaración conjunta emitida en septiembre, el Consejo Noruego para los Refugiados, el Consejo Danés para los Refugiados y Mercy Corps denunciaron que la población civil sudanesa moría de hambre en medio de un silencio ensordecedor por parte de la comunidad internacional.
«El nivel de sufrimiento que ha padecido el pueblo sudanés en los últimos meses es indescriptible», afirmaron las organizaciones, advirtiendo que el plan de respuesta humanitaria de la ONU solo cuenta con el 41 % de la financiación necesaria.
Si bien la Misión Independiente de Investigación de la ONU ha acusado tanto a las RSF como a las SAF de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad generalizados, incluidos el exterminio y la persecución, no llegó a declarar el genocidio, alegando falta de pruebas concluyentes de la intención específica requerida por el derecho internacional.
«La gente muere de hambre cada día, y sin embargo, la atención se centra en debates semánticos y definiciones legales», señala el comunicado.
Anwar Suliman, un refugiado sudanés que vive en Israel desde 2008, considera dolorosa la evidente falta de interés mundial por la crisis que asola Sudán. Huyó del genocidio en Darfur en 2003 y afirma que, en cierto modo, la situación actual es peor.
«Cuando huí de Sudán en 2003, el mundo estaba pendiente. La gente contribuía, ayudaba y daba todo lo que podía. Hoy, siete años después, nada. Está oculto, ignorado», declaró. «Nadie habla de ello, como si no le interesara a nadie».
Le resulta desconcertante y doloroso el silencio mundial, en particular la falta de cobertura mediática. «Todavía no lo entiendo. ¿Por qué lo ocultan? A la comunidad internacional y a los medios de comunicación parece no importarles lo que ocurre en Sudán».
Algunos sudaneses argumentan que el hecho de que la catástrofe de Sudán, descrita por las agencias de ayuda como la peor crisis humanitaria del mundo, se haya desarrollado prácticamente en silencio se debe en parte a que la guerra en Gaza ha acaparado los titulares y la atención internacional, a pesar de su número relativamente menor de víctimas mortales y heridos.
El Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás, ha declarado que más de 66.000 personas en la Franja han muerto o se presumen muertas —aunque la cifra no se puede verificar y no distingue entre civiles y combatientes— desde la ofensiva de Hamás del 7 de octubre de 2023, que causó la muerte de unas 1.200 personas en Israel y dejó a otras 251 como rehenes, lo que desencadenó la guerra en Gaza.
Desde entonces, Sudáfrica inició un proceso contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia, alegando que el Estado judío estaba perpetrando un genocidio contra los residentes palestinos del territorio, al que se unieron numerosas organizaciones y una comisión de investigación de la ONU, que ha acusado a Israel de cometer el mismo crimen.
Israel ha negado vehementemente las acusaciones de genocidio en Gaza, insistiendo en que hace todo lo posible por evitar dañar a civiles y culpando a Hamás de las muertes, ya que los combatientes de este grupo terrorista operan desde zonas densamente pobladas.
Muchos israelíes y judíos ven la falta de interés internacional en Sudán, en comparación con la intensa atención mundial centrada en Gaza, como una clara evidencia de un doble rasero arraigado en prejuicios antiisraelíes, cuando no en antisemitismo manifiesto.
El hecho de que la crisis de Sudán —con muchas más muertes, desplazamientos y destrucción— reciba una atención mínima refuerza la percepción entre ellos de que la indignación mundial no se alimenta de la preocupación por quienes sufren, sino de una profunda obsesión por vilipendiar a Israel.
Tanto entre israelíes como entre sudaneses, la atención selectiva al sufrimiento revela un patrón: la indignación moral está fuertemente condicionada por la identidad de las víctimas y los perpetradores.
Mientras que muchos partidarios de Israel ven el odio hacia el Estado judío como la causa de la atención desproporcionada que recibe un conflicto con solo una fracción de las muertes en Sudán, Haroun, Suliman y otros sudaneses lo consideran una indiferencia racista hacia la vida de los africanos negros.
“Al mundo entero le importan menos los africanos negros. Si fuéramos de otro color, tal vez recibiríamos más apoyo. Los medios de comunicación y la atención mundial se centran en las crisis de Ucrania, Gaza e Israel, en parte porque la gente se identifica y se preocupa más por estas personas que por los africanos negros”, afirmó Haroun.
Una fuente sudanesa, que prefirió el anonimato para hablar con franqueza, declaró que la discriminación se extiende al mundo musulmán y árabe, por el cual los sudaneses se sienten particularmente abandonados. Si bien los sudaneses negros son principalmente musulmanes y hablante de árabe, casi no ha habido protestas por parte de los mismos países que se han mostrado tan vehementes con respecto a la difícil situación de los palestinos en Gaza.
Esta situación se ve agravada por la tensa relación que los sudaneses ya mantienen con el mundo árabe, en parte debido al genocidio de Darfur, perpetrado por milicias árabes contra las comunidades negras autóctonas, y al apoyo de los Emiratos Árabes Unidos a las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), acusación que los EAU niegan.
En marzo, Sudán demandó a los EAU ante la Corte Internacional de Justicia, acusándolos de respaldar a las RSF con armas, fondos y apoyo político, y de complicidad en el genocidio contra el pueblo masalit.
Los EAU desestimaron las acusaciones como una cínica maniobra publicitaria, y en mayo, la CIJ desestimó el caso por falta de jurisdicción, ya que los EAU habían rechazado su autoridad en virtud de la Convención sobre el Genocidio.
La fuente afirmó que la falta general de interés del mundo musulmán por los africanos negros está profundamente arraigada en el racismo antiblanco derivado de la historia del imperialismo árabe en África y la trata transahariana de esclavos.
“El único racismo que he sufrido aquí ha sido por parte de palestinos”, dijo la fuente, residente en Israel. “Asumen que no hablo árabe y me insultan en mi presencia, incluso cuestionando si soy un verdadero musulmán por ser negro. Incluso en la mezquita”.
Las personas negras, incluyendo una comunidad de decenas de miles de afro-palestinos, se han quejado durante mucho tiempo de discriminación por parte de los palestinos, y términos despectivos como abeed, que significa esclavo, siguen siendo de uso común. Los israelíes también han sido acusados de racismo hacia las personas negras, incluyendo el uso continuo del término racista “kushi”.
Para colmo, el gobierno sudanés, respaldado por las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF), ha estado obligando a los ciudadanos a donar dinero a Gaza, según Haroun.
“El gobierno nos está matando; nuestra gente se muere de hambre. ¿Por qué se supone que debemos dar nuestro dinero a los palestinos en Gaza?”, preguntó la fuente.
La lección para la comunidad sudanesa ha sido no depender de la comunidad internacional, ni siquiera de sus correligionarios, para nada, recalcó Suliman.
“Nuestra gente está aprendiendo a valerse por sí misma. Nos organizamos, donamos y nos apoyamos mutuamente, tanto económicamente como a través de los medios de comunicación”, afirmó. “Puede que la comunidad internacional no actúe, pero nuestra gente sí. No es suficiente, pero es un comienzo”.
Fuente: TheTimesofIsrael- Traducido por UnidosxIsrael
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