«…Lo esencial era hacer desaparecer la figura del niño Jesus, por tratarse probablemente del judío más famoso de la historia….»
Por Fernando Navarro García
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, ha decidido que estas Navidades los madrileños tendremos que celebrar también el solsticio de invierno y tendremos que hacerlo con farolillos luminosos, como mandan los cánones de las religiones New Age. A la alcaldesa de Madrid le preocupa que los madrileños celebremos la Navidad recordando aunque sea someramente que el 25 de diciembre nace cada año el hijo de Dios y por eso, en su incoherencia ideologizada, persiste un año más en paganizar una fiesta cuyo sentido y fundamento es la religión cristiana. La alcaldesa de Madrid debe ignorar – o si lo sabe no debe querer que lo sepa la ciudadanía- que tal obsesión no ha sido exclusivamente suya. Ni siquiera es original en tal intento de atentado al sentimiento religioso de la mayoría de los españoles. Antes que Carmena hubo otros que intentaron eclipsar la Navidad con dioses, diosecillos y tiranos a los que durante un tiempo se venero con hiel y sangre.
Es bien sabido que los regímenes totalitarios – y también aquellas ideologías que aspiran a serlo con un discurso populista- no suelen llevarse nada bien con las religiones mayoritarias, pues son percibidas como un competidor indeseado. El totalitarismo es una especie de religión pagana, en donde la figura de Dios es sustituida por la del «Amado Lider». En el caso europeo, los totalitarismos han tenido, hasta la fecha, el rostro poliédrico y enfermizo del nazismo y comunismo; de ahí que ambas pestilencias históricas hayan tenido una especial obsesión por destruir la esencia y raíces judeocristianas de nuestra civilización europea. Nunca lo han conseguido, pero son persistentes y el fracaso de sus regímenes les retroalimenta.
Ya he escrito en otro artículo que las tácticas para tal destrucción del cristianismo, varían según cuál sea el poder que detente el paganismo de turno. Cuando el poder es relativo y está sometido al escrutinio público y el control judicial tales prácticas suelen camuflarse de un falso laicismo que en el fondo en un anticlericalismo disfrazado de libertad de conciencia. En Europa los populismos de izquierda suelen ser los grandes valedores de ese discurso falsamente laico, con el que se pretende dividir y enfrentar a la sociedad, inventando y recreando el tradicional imaginario anticlerical que ha envenenado nuestra historia desde el siglo XIX. Cuando el poder es absoluto (nazismo y comunismo) la apariencia de legalidad deja de ser necesaria y entonces el Estado Total puede actuar contra la Iglesia con toda la brutalidad deseada. Es lo que hicieron los comunistas en la URSS desde 1917 y los nazis en los territorios del III Reich a partir de 1933.
El caso de la Alemania nazi es paradigmático, pues cuando Hitler llega al poder en 1933 lo hace en un país profundamente cristiano, mayormente de fe protestante pero con un enorme peso del catolicismo en algunas zonas del país, especialmente en los territorios del sudoeste (Baviera como foco). Hay que recordar que el Zentrum (Deutsche Zentrumsparte o Partido de Centro) era el partido de los católicos alemanes y uno de los principales partidos cuando los nazis llegaron al poder (en las últimas elecciones al Reichtag de marzo de 1933 el Zentrum llegó a obtener más del 11% de los votos siendo la cuarta fuerza política detrás del partido nazi con el 43% de los votos, la socialdemocracia con el 18% y el partido comunista con el 12%). Aunque Hitler llegó al poder sin la mayoría absoluta que necesitaba, el incendio del Reichtag le brindó la excusa necesaria para asumir poderes absolutos mediante la «Ley para solucionar los peligros que acechan al Pueblo y al Estado», más conocida como Ley Habilitante de 1933 (de 23 de marzo). Desde esta fecha Alemania se convierte de la noche a la mañana en un Estado Totalitario. Nadie podía imaginarse tales cosas, pero sucedieron. Sirva este dato histórico para recordar que la democracia y sus instituciones son a menudo mucho más frágiles de lo que imaginamos y que, parafraseando a Popper, los enemigos de la sociedad abierta conocen perfectamente que carta hay que rozar para que el castillo de naipes de las libertades públicas se derrumbe silenciosamente.
El odio del nazismo a la religión cristiana es nuclear y consustancial al régimen. Hitler en Mi Lucha y, sobre todo, en sus conversaciones privadas da muestras elocuentes de su calculado anticristianismo. Rauschning, uno de sus primeros biógrafos recoge en su libro Hitler me dijo que Hitler afirmó que «históricamente hablando, la religión cristiana no es más que una secta judía… Después debería seguir la destrucción del judaísmo, la extinción de la moral de esclavos cristianos».
No obstante Hitler sabia, como buen táctico que era, que la destrucción del cristianismo y sus iglesias era una tarea que debía programarse y ejecutarse sin precipitaciones, empezando con una relativa baja intensidad (políticas presentadas inicialmente como «laicistas») y subiendo paulatinamente el nivel de agresión a medida que la sociedad alemana estuviese nazificada y por lo tanto fuese permeable a un anticlericalismo brutal. Esta hoja de ruta anticlerical a medio y largo plazo de Hitler fue muy cuestionada desde posiciones más revolucionarias y radicales dentro del NSDAP, principalmente por Goebbels o Rosenberg, cuyo Mito del Siglo XX es, entre otras cosas, un extenso libelo contra el cristianismo, «esa religión fundada por el judío Jesus».
En la recopilación que se ha conservado de conversaciones privadas de Hitler se recoge literalmente una discusión entre Goebbels y Hitler acerca del mejor modo de acabar con el cristianismo. Cuando el Ministro de Propaganda propugna la mano dura contra la iglesia (pena de muerte contra Von Galen, obispo católico de Münster y clarísimo opositor al nazismo) Hitler replica diciéndole que «hay que minar al cristianismo poco a poco» para añadir que «no conviene abrir un nuevo frente de enemigos (los cristianos) mientras el nazismo trata de ganar la guerra» y que al finalizar la guerra «ya les devolverían ciento por diez a los cristianos». No hay duda de que el objetivo prioritario de la maquinaria destructiva nazi fueron en primera instancia los judíos – y durante la guerra los ejércitos aliados- pero ello no debe hacernos olvidar que uno de los planes de Hitler al terminar la guerra fuese el exterminio de una vez por todas del cristianismo.
La táctica seguida por los nazis para destruir las raíces cristianas de la sociedad alemana fue una parte esencial del proceso de sincronización de las instituciones (Gleichschaltung), mediante el cual el nazismo controló y reguló todas las parcelas de la vida privada, incluidas la educación, la cultura, la prensa y por supuesto la religión. La obsesión nazi por erradicar cualquier atisbo religioso de la vida alemana empezó con la mencionada baja intensidad revestida de laicismo. Casi inmediatamente después de la firma del Concordato con el Vaticano (20 de julio de 1933), el III Reich empezó a adoptar una larga lista de acciones tendentes a borrar del mapa a la religión. Algunas de esas medidas fueron las siguientes:
- Prohibición del crucifijo en las escuelas y su sustitución por el retrato de Hitler
- Reinterpretación de la Navidad y sustitución de sus celebraciones por festiviades paganas como el solsticio de invierno (21 de diciembre), plagadas de antorchas y runas a las que tanto apego tenia Himmler. Según narran los historiadores J. R. Elting y G. H. Stein en su libro Las SS:
Himmler presentó una lista de festividades aprobadas, basada en precedentes paganos y políticos y destinada a apartar a los miembros de las SS de su dependencia de las festividades cristianas. La lista incluía el solsticio de verano (…) El clímax del esquema anual de Himmler era el solsticio de invierno, correspondiente a las festividades de Navidad, acontecimiento en el que los miembros de las SS se reunían y celebraban banquetes a la luz de las velas y alrededor de rugientes fogatas que evocaban los ritos tribales germanos.
Hace poco fue hallada en Dresde una guía que detalla minuciosamente una siurrealista campaña para adaptar la Navidad a la cosmovisión nazi: se trata de un folleto de 20 páginas publicado en noviembre de 1937, en el que se establecen las directrices para el festejo navideño, desde el decorado del árbol con la sustitución de la estrella por una cruz esvástica, hasta las letras de los villancicos que debían cantarse y en las que se celebraban a los líderes germanos, a la maternidad y a la naturaleza. También se recomendaba usar moldes de repostería con forma de esvástica o papel de regalo adornado con símbolos nazis… Lo esencial era hacer desaparecer la figura del niño Jesus, por tratarse probablemente del judío más famoso de la historia. Esta guía fue distribuida en su momento entre los funcionarios del partido nacional socialista para que instruyeran a la población. El texto afirmaba que ninguna celebración era «tan alemana como la Navidad» y menospreciaba su carácter cristiano. Entre otros disparates históricos y teológicos en tal guía se afirmaba que «María es la madre de toda Alemania y que los Reyes Magos eran obreros alemanes que acudían a visitar a Hitler, el mesías, un hombre destinado a convertirse en Dios y salvador del pueblo alemán».
Según la web Holocausto en Español, bajo la fanática supervisión de Rosenberg y Himmler se reescribieron los villancicos. Por ejemplo, el villancico «For unto us a child is born» («Para nosotros ha nacido un niño») se cambió por «Unto us a time has come» («A nosotros ha llegado un nuevo momento»), con una letra que alude a los paseos por la nieve en invierno, eliminando todas las referencias religiosas. Lo mismo ocurrió con los villancicos que aludían a la Virgen o las canciones de cuna que invocaban al niño Jesús. El niño Jesús en el pesebre se sustituyó por el «cuento del niñito en la cuna dorada».
La corona de adviento, que en Alemania simboliza los cuatro domingos de adviento, pasó a simbolizar las cuatro estaciones. En lugar de la corona de ramas de abeto que sirve de estructura a las cuatro velas, se impusieron formas alternativas como la rueda de sol o una peana con forma de cruz gamada. En lugar del Nacimiento a los pies del árbol se introdujo el «Jardín de navidad«.
¿Les suenan de algo estas Cabalgatas Laicas de Reyes Magos, celebraciones del Solsticio de Invierno y Belenes con diversidad de género y multiculturales?
- Adaptación de las oraciones y rezos infantiles a Jesus o la Virgen Maria para ajustarlas a la Nueva Alemania sustituyendo los nombres divinos por el de Hitler, presentado como un padre benefactor y omnipotente. Las Juventudes Hitlerianas rezaban una oración para agradecer al Führer, en vez de a Dios, los beneficios recibidos.
- Disolución de la Liga de la Juventud Católica
- Prohibición de las clases de religión, transfiriéndose la gestión de los colegios religiosos a manos nazis, desacralizándose sus instalaciones y paganizándose su ideario según la cosmovisión nacionalsocialista, repleta de ariosofia, racismo y anticlericalismo.
- Prohibición de la impresión de las pastorales católicas (a partir de 1937), siendo únicamente posible leerlas desde los púlpitos de las iglesias
- Obstáculos para los niños y jóvenes alemanes para asistir a la catequesis o a los oficios religiosos, ya que sistemáticamente se veían comprometidos en otras actividades organizadas desde las Juventudes Hitlerianas. Hay que subrayar que la inobservancia de las actividades organizadas por los nazis era percibida como una evidente señal de desafección al régimen y eso podía tener consecuencias muy serias para la familia en su integridad.
- Campanas de hostigamiento y calumnias contra la Iglesia y sus instituciones desde la prensa y medios de comunicación, controlados por Goebbels. Durante los doce años de nazismo, este acoso permanente y muy bien organizado contra la iglesia supuso una experiencia de ingeniería social tan queridas a todos los totalitarismos. Los periódicos más brutales, antisemitas y zafios del nazismo como Der Stürmer (El Atacante) siempre tenían espacio para amplificar o inventar escándalos sexuales de algún cura rechoncho o para caricaturiza la avaricia pequeñoburguesa de un sacristán de aldea.
- Arresto y asesinato de clérigos, sacerdotes y monjas. Durante la Noche de los Cuchillos Largos del 30 de junio de 1934 se asesinó a Erich Klausener, dirigente de la Acción Católica. Y eso no fue más que el principio, pues durante los años siguientes las purgas, asesinatos y arrestos por razones religiosas fueron aumentando (el propio Niemöller fue arrestado en 1937 y recordemos que el pastor protestante Bonhoeffer fue asesinado en la prisión de Moabit los últimos días de guerra). Robert Wagner, Gauleiter del partido nazi en Baden, llegó a decir en un discurso que «no le iban a dar a la iglesia la satisfacción de crearle mártires, sino que sencillamente iban a crearle delincuentes». En mi Diccionario Biográfico de Nazismo y III Reich recojo varias decenas de biografías de mártires y victimas religiosas del nazismo, lo que da una idea de la persecución sufrida.
El paroxismo racial y ariosófico contra el cristianismo supuso la fundación en 1931 de los Cristianos Alemanes (Deutsche Christen), un movimiento que pretendía eliminar del cristianismo protestante todos aquellos elementos judaizantes y no arios, conservando y adaptando exclusivamente aquellos que encajaran en la cosmovisión nazi del mundo. Cuando los nazis tomaron el poder en 1933 el movimiento de los Cristianos Alemanes trató de legitimar a Hitler como el «continuador de la Reforma Protestante de Lutero» y como el valedor de la nueva Alemania frente a la injerencia inaceptable extranjera del «Papa de Roma» en los asuntos espirituales de los arios. Ello dio lugar a que el movimiento adquiriese forma jurídica de iglesia en 1933 con el nombre de Iglesia Evangélica Alemana (Deutsche Evangelische Kirche o DEK) y bajo el mando del Ludwig Müller, un fanático nazi. A partir de ese momento Müller alineó a su iglesia con las políticas nazis imponiendo el «Párrafo Ario» (Arierparagraph) en la DEK, destituyendo a clérigos de origen judío o casados con mujeres de sangre judía, prohibiendo la conversión y bautizo de judíos en las iglesias protestantes, y justificando el antisemitismo «al haber sido el pueblo judío el asesino de Jesucristo». En 1934, y como reacción a esta locura totalitaria, los pastores Martin Niemöller y Dietrich Bonhoeffer junto con el teólogo Karl Barth promovieron la fundación de la Iglesia Confesante, una organización protestante opuesta al filonazismo de la Iglesia de los Cristianos Alemanes.
Tal acoso y persecución del cristianismo – y más concretamente del catolicismo- suscitó la reacción lógica por parte del Vaticano. El Papa Pio XI en su carta encíclica del 14 de marzo de 1937, Mit brennender Sorge (Con ardiente preocupación), acusó al gobierno nazi de «sembrar la cizaña de la sospecha, la discordia, el odio, la calumnia y la abierta hostilidad fundamental en contra de Cristo y de su Iglesia.» A partir de entonces los cristianos alemanes tuvieron que afrontar el amargo dilema bíblico de servir a dos señores o de convertirse en proscritos por el régimen.
Hoy ya no queda rastro del nazismo en Occidente, pero si pervive con otro rostro el mismo impulso totalitario cuya obsesión histórica fue y sigue siendo, erradicar de la vida pública y privada todo fundamento de religión y muy especialmente de religión cristiana. No olvidemos que el nazismo supo elegir entre sus aliados más fieles al islam, ya que ambos compartían el mismo odio por el judaísmo y el cristianismo. Pero eso, como diría Kipling, es ya otra historia…
Fuente: LibertadDigital