En Shabat nos alejamos del mundo para poder escuchar a nuestra alma.
por Rav Benjamín Blech
¿Cuán fantasiosa te parece esta historia?
Tu teléfono celular no te puede importunar durante todo el día. Nadie puede molestarte, ni corredores de bolsa, ni encuestadores, ni recaudadores ni compañías que ofrecen un plan mejor para las llamadas a larga distancia. Simplemente estás fuera de su alcance porque finalmente vas a pasar tiempo con la persona que más ignoras en tu vida: tú mismo.
Cualquier observador serio de nuestra sociedad contemporánea te dirá que simplemente estamos demasiado ocupados… Demasiado ocupados para pensar, demasiado ocupados para realizar introspección, demasiado ocupados para ver realmente adónde se dirigen nuestras vidas mientras nos dejamos llevar por el torrente diario de citas, reuniones y obligaciones que conforman el 24/7 de nuestra existencia.
¿Acaso no deseas poder cerrar todo durante un día, quizás una vez a la semana, y decir (con las palabras del título de la obra famosa): ‘Detengan el mundo que me quiero bajar’?
Hace bastantes años atrás, Norman Mailer se postuló para alcalde de Nueva York. Uno de los puntos más intrigantes de su candidatura (no es una broma), era la idea de que un día a la semana todos deberían apagar sus teléfonos, televisores y radios, mantenerse alejados de los cines y de los centros comerciales y simplemente aprender a meditar y reencontrarse con la naturaleza, con sus familias y con sus propios sentimientos.
Shabat es para nosotros, no para Dios. Y no es sólo una ley, es un salvavidas.
¿Adivina qué pasó? Mailer perdió, pero su idea era ganadora y fue aprobada nada más y nada menos que por Dios mismo. Lo único es que Dios no lo consideró una sugerencia, sino que lo dio como un mandato. De hecho, fue uno de los diez principios primordiales que Él inscribió en tablas de piedra como las bases para la supervivencia humana. Hace casi 4.000 años, Dios llamo a este plan Shabat, y quienes aceptaron este consejo Divino seriamente han disfrutado desde entonces de sus beneficios espirituales.
Siempre me sorprendió que tanta gente piense que al observar la ley bíblica le hace un favor a Dios. Créeme. Dios realmente no gana nada cuando tú cumples con el mandato de “Recordar el día del Shabat para santificarlo”. Ajad HaAm, uno de los grandes ensayistas y filósofos judíos del último siglo, lo expresó de una manera muy bella en su famosa frase: “Más de lo que Israel ha cuidado el Shabat, el Shabat ha cuidado a Israel”. El Shabat es para nosotros, no para Él. Y no es sólo una ley, es un salvavidas.
Los místicos judíos ofrecen una extraordinaria explicación respecto a por qué el Shabat cae precisamente en el séptimo día de la semana. Los seres humanos están limitados por seis direcciones: los cuatro lados que nos rodean horizontalmente: este, oeste, norte y sur; y los dos que son verticales: arriba y abajo. Estas seis dimensiones representan nuestra existencia diaria. Ellas circunscriben todos nuestros movimientos en el reino físico. Pero por supuesto existe una séptima dimensión. Ella lleva nuestro foco de atención nuevamente hacia nosotros mismos. Ella nos lleva a nuestro interior para unirnos con nuestro ser real. Nos alejamos del mundo para poder escuchar a nuestras almas. Siete no es sólo un número de suerte (me pregunto cómo llegó a convertirse en eso), sino que también es sagrado. Es lo que viene a recordarnos el séptimo día de cada semana: fuimos creados a imagen de Dios, y sólo si nos tomamos el tiempo para prestar atención a nuestra parte espiritual, entonces entenderemos la conexión.
Uno de los indicadores menos valorados de la relevancia eterna de la Torá es el mandamiento del Shabat. Alrededor del mundo y en todas las épocas, casi todas las sociedades (desde las más laicas hasta aquellas que seguían a las religiones mayoritarias) han seguido el ciclo de siete días para describir el paso del tiempo. En la Francia de Napoleón, después de la Revolución, intentaron establecer una “semana” de diez días, con nueve días dedicados al trabajo seguidos por un día de descanso. Fue un intento que fracasó rápidamente. Simplemente iba en “contra de la naturaleza humana”. Porque, al parecer, la naturaleza humana se dirige por las leyes decretadas por el Creador.
Los seres humanos necesitan un día cada siete para imitar lo que Dios mismo hizo cuando creó el mundo. Durante seis días Él creó; el séptimo día, descansó. No porque estaba cansado. En verdad no se había esforzado para decir las palabras: “Que haya…” y crear todo lo que existe. Lo que él hizo fue dejar de crear para evaluar lo que ya había creado.
Nos enorgullecemos de nuestra capacidad de ser creativos, tal como Dios. ¿Pero qué pasa si nuestros esfuerzos no producen mejores resultados que los de un científico loco que logró crear al monstruo Frankenstein? ¿No es esta una metáfora perfecta para los logros científicos que no contemplan las consecuencias éticas? ¿Cuán exitosa es nuestra creatividad si construimos armas de destrucción masiva, si producimos una cultura que fomenta la violencia, si construimos monumentos a nuestra arrogancia, a nuestra insensibilidad y a nuestra estupidez? ¿Qué pasa si dedicamos nuestras vidas a esforzarnos en cada momento para adquirir más y así poder ganar el absurdo premio prometido con el eslogan: “el que muere con más juguetes, gana”?
Sí, como Dios, nuestra obligación es crear, ser productivos, estar ocupados… pero sólo durante seis días de la semana. El séptimo día nos debemos a nosotros mismos la posibilidad de revisar lo que hemos logrado en lo que respecta al nivel espiritual de nuestras almas. Sólo de esta forma seremos capaces, como Dios, de reflexionar sobre todo lo que ya hemos hecho y declarar: “He aquí que es muy bueno”.
Fuente: Aishlatino
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