La festividad de Sucot nos recuerda el inmenso poder y la belleza de la naturaleza.
por Rav David Campbell
Pareciera que vale la pena ignorar gran parte del mundo. Ya sea porque nos parece irrelevante, demasiado complicado o simplemente aburrido, tenemos opiniones firmes sobre lo que merece nuestra atención y nuestro tiempo. Las redes sociales tienen parte de la culpa. A fin de cuentas, si valiera la pena saber algo, eso ya estaría en mi feed, ¿verdad?
«¿Qué es maleza? Una planta cuyas virtudes nunca han sido descubiertas» Ralph Waldo Emerson.
En Sucot tenemos el mandamiento de agitar las cuatro especies que fueron meticulosamente seleccionadas. Y digo meticulosamente, porque los detalles de este mandamiento son sorprendentemente precisos. Todo es importante, desde el color de las hojas hasta la forma en que se implantan en el tallo, y la gente está dispuesta a pagar una buena suma por esos elegantes y rugosos limones. Es un concurso de belleza botánica que podría tener buenos resultados en Hogar HGTV.
Las cuatro especies tienen un profundo simbolismo. La palmera datilera, el sauce, el mirto y el citrón son muy diferentes entre sí, tanto en lo que respecta a su forma, su sabor y su aroma. Todos son comparados con distintas clases de individuos en la sociedad, o con distintas cualidades dentro del individuo, subrayando que las cuatro especies deben sacudirse juntas. Es una bella metáfora de reconocer nuestra naturaleza singular y unirnos para formar algo que se asemeja a un sable de luz.
El matemático y astrónomo medieval Gersónides escribió que el mandamiento de sacudir las cuatro especies tiene un propósito sorprendentemente simple: que prestemos atención a las plantas. Esto requiere un poco de explicación. Si alguna vez olvidara a las plantas, supongo que sacudir unas ramas durante una semana probablemente refrescaría mi memoria. Pero… ¿quién se olvida de las plantas?
Parece que mucha gente. Existe un extraño fenómeno llamado «ceguera vegetal». Un gran cuerpo de investigación ha demostrado que las personas, en especial quienes viven en área suburbanas, llegan a ignorar la vida vegetal que los rodea. Simplemente la obviamos, como si fuera un ruido de fondo, y en el proceso nos alejamos cada vez más del mundo natural. Los científicos han identificado esto como un obstáculo importante en los esfuerzos de conservación. Es difícil lograr que la gente se preocupe por algo que habitualmente ignora.
De hecho, la ceguera vegetal es clave para entender un problema mayor. Como nos recuerda Emerson, cada maleza es digna de recibir nuestra atención. Su aparente irrelevancia es sólo una indicación de una oportunidad todavía no descubierta. Pero hoy en día pareciera que hubiéramos perdido esta perspectiva. Cualquier cosa que no nos resulte útil o emocionante, incluso si una vez lo fue, queda reducida a una molesta maleza. Y esto es más aparente en muestra relación con el mundo vivo.
Numerosos estudios demostraron que los niños actuales pasan significativamente menos tiempo al aire libre que la generación de sus padres. Y eso no es bueno para ellos. Entre las predecibles consecuencias físicas y las impresionantes consecuencias psicológicas, resulta que necesitamos salir de vez en cuando, absorber un poco de sol y sentirnos parte de este universo orgánico.
El judaísmo está íntimamente conectado con nuestra consciencia de la naturaleza. El rabino del siglo XIX, Samson Rafael Hirsch, articuló esta idea de una forma increíble:
Casi creo que todos ustedes, tan hogareños, un día tendrán que expiar por haber permanecido dentro de la casa, y cuando busquen la entrada para ver las maravillas del Cielo, les preguntarán: «¿Acaso viste las maravillas de Dios en la tierra?». Entonces, avergonzados, murmurarán: «Nos perdimos esa oportunidad».
Cuán diferentes fueron nuestros rabinos en este sentido. Cómo respiraron, sintieron, pensaron y vivieron la maravillosa naturaleza de Dios. Cómo quisieron despertar nuestros sentidos a todo lo sublime y bello de la creación. Cómo quisieron enseñarnos a hacer una corona de adoración a Dios con los rayos de la mañana y el rubor de la tarde, con la luz del día y las sombras de la noche, con el brillo de las estrellas y el aroma de las flores, con el rugido del mar y el estruendo del trueno, y el destello de un relámpago. Cómo quisieron demostrarnos que cada criatura predicaba Su poder, vigilaba nuestros deberes… ¡Qué revelación Divina hicieron del libro de la naturaleza! (Collected Writtings, volumen 8).
Los sabios judíos escribieron que si los israelitas nunca hubieran recibido la Torá en el Monte Sinaí, habrían buscado inspiración moral en el mundo natural. Rav Hirsch nos recuerda que incluso después de recibir la Torá, nuestra conexión con la naturaleza sigue siendo esencial. Nuestra experiencia de lo «sublime y bello en la creación» es lo que nos inspira a sorprendernos, a explorar y, en definitiva, a encontrar relevancia espiritual en este mundo.
Aún recuerdo la primera vez que vi una granja de hormigas en la escuela primaria. Vi a una hormiga bajar por el mismo túnel decenas de veces, llevando sólo un grano de arena en cada viaje. Fue una lección de absoluto sacrificio y dedicación, y me hizo comprender que el mundo vivo puede ser algo más que interesante. Puede resultar muy inspirador.
Sucot pone esta idea en el centro del escenario. Siguiendo el trabajo espiritual interno que caracterizó a Rosh Hashaná y a Iom Kipur, Sucot nos pide que llevemos ese trabajo hacia afuera y veamos qué sucede. Ya sea acampando en nuestros propios patios o sacudiendo una variedad de plantas, Sucot es una oportunidad para descubrir las virtudes de cada maleza.
Fuente: Aish
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