Contrariamente a la creencia popular, Iom Kipur no es un día solemne, sino que es, como explica el Talmud, uno de los dos días más felices del año.
Pasé cinco años estudiando en una ieshivá justo enfrente del Muro Occidental a finales de los 90. Era un área de alto tráfico turístico, y no era raro que los turistas y visitantes aparecieran y disfrutaran de la increíble vista desde nuestro balcón. Periódicamente, esto condujo a un diálogo filosófico entre la gente de la ieshivá y nuestros diversos visitantes. De vez en cuando surgían jugosos debates teológicos.
Un día escuché a escondidas uno de esos intercambios entre un rabino de larga barba y un joven soldado israelí secular. Después de bromear sobre el significado de la vida por un rato, el rabino le preguntó al soldado qué era lo que el soldado quería de la vida. «Bueno», respondió el soldado, «para ser honesto, básicamente busco… sexo, drogas y rock and roll».
«¡Excelente!» gritó el rabino, «Estoy totalmente de acuerdo». Sorprendido (y ahora un poco más entusiasmado con la conversación), el soldado presionó al rabino para que le explicara por qué estaba de acuerdo.
—¿Qué es exactamente lo que te gusta de las drogas? —preguntó el rabino.
—Es la sensación de trascender tus límites, de conectarte con algo más grande que tú mismo.
—Ahá, ¿entonces estás buscando conexión y trascendencia? —preguntó el rabino.
—Hmmm, supongo que sí —dijo el soldado—. Nunca lo pensé de esa manera.
—¿Y qué es lo que te gusta del rock and roll?
—Es el poder que se transmite a través de la música y la increíble unidad de la multitud. Lo entiendo, rabino. Usted dirá que realmente quiero el poder y la unidad y que la música es solo un vehículo para llegar allí, ¿verdad?
Las 7 cualidades trascendentales
En verdad, siempre buscamos la esencia no destilada de nuestras actividades. Cuando son reducidas a adjetivos, hay muy pocas cosas que los seres humanos verdaderamente deseamos: amor, unidad, poder, armonía, significado, paz y la sensación de trascender las propias limitaciones naturales (trascendencia).
Básicamente, hacemos lo que hacemos como una forma de experimentar estas emociones (o, al menos, una aproximación cercana a las mismas).
Por ejemplo, la lujuria es la aproximación falsa del amor, y la dominación es un falso intento de unidad.
Cuanto más se acerque uno a experimentar la verdadera meta, más placentera será la experiencia. Y a medida que ascendemos en la escalera de las experiencias placenteras, estas se tornan cada vez más etéreas. El amor es un placer más refinado e intenso que un helado de chocolate, mientras que el placer de vivir una vida con significado puede ser incluso más intenso que los profundos y duraderos placeres del amor.
Desde una perspectiva judía, la meta experiencial más alta (y, por lo tanto, el mayor placer disponible) es un estado de conciencia lo suficientemente expandido y elevado como para reconocer y percibir a Dios. En palabras de Maimónides, este placer eclipsa a todos los demás placeres hasta tal punto que todos parecen «vacíos como vapor».
Todas estas siete cualidades trascendentales (amor, unidad, poder, armonía, significado, paz y trascendencia) no existen plenamente manifestadas en nuestro mundo, lo cual es la razón de su elusividad y evanescencia. ¿Qué razón biológica hay para que experimentemos emoción cuando presenciamos un amanecer? ¿Son solo los bonitos colores los que nos conmueven, o hay alguna cualidad intangible más allá?
La música es solo tonos y ritmos organizados. ¿Por qué, cuando escuchamos una sinfonía, tenemos la sensación de que ha ocurrido algo muy profundo, algo que nos ayuda a captar brevemente la grandeza y la bondad del universo como un todo? En resumen, estas experiencias son cualidades del próximo mundo que se manifiestan en el nuestro, y son tan intensas que se convierten en todo lo que queremos de la vida.
Un día de ayuno alegre
Contrariamente a la creencia popular, Iom Kipur no es un día solemne, sino que es, como explica el Talmud, uno de los dos días más felices del año y el único ejemplo de un día de ayuno alegre.
También es un intento de vivir (aunque sea por un solo día) plenamente como “seres del otro mundo”, que no comen ni beben ni realizan actividades puramente físicas.
Y como nuestro entendimiento es que un ser humano es esencialmente un compuesto entre alma y cuerpo (en palabras más simples, la fusión entre un ángel y un mono), la costumbre es vestir de blanco, enfatizando e identificándonos simbólicamente con nuestra verdadera naturaleza angelical.
Los 5 niveles del alma
El judaísmo enseña que el alma humana contiene cinco niveles, cada uno de los cuales es un nivel de conciencia con un potencial cada vez más profundo. El primero corresponde a nuestro ser físico, el segundo a nuestro estado emocional, el tercero a nuestro intelecto, el cuarto a nuestro estado espiritual (donde comienza a fusionarse con las almas del resto de la humanidad), y el quinto, el más elevado, es el punto en el que nuestra esencia colectiva se funde con el Infinito.
Hay cinco servicios en Iom Kipur y cada uno de ellos corresponde a uno de estos niveles. Estos servicios nos guían hacia arriba en la escalera de la conciencia expandida mientras nos despojamos simultáneamente de nuestros apetitos físicos y dependencias.
Fusionar ambos mundos
La dicotomía entre este mundo y el próximo es fundamental para todo el pensamiento judío. En cierto sentido, se puede decir que es el objetivo de la religión judía: fusionar a ambos.
En la primera oración de la Torá, se nos habla de la creación de Dios de los cielos (que la Cábala explica como una referencia al próximo mundo) y la tierra (este mundo).
Al principio, se unifican en «un día», solo para separarse al siguiente. La práctica judía busca una reconciliación final de estas fuerzas. Por esta razón, hay dos nombres principales para Dios que se usan en las Escrituras: Elohim (Dios manifestado en este mundo) y Adonai (la percepción de Dios en el otro mundo).
La culminación del servicio de Iom Kipur y el impulso final para expandir la conciencia después de 25 horas de gozoso trabajo es una declaración catártica (y ruidosa) que se repite 7 veces: ¡Adonai hu haElohim! — que el Dios de este mundo y el próximo son uno y el mismo. Así también, los mundos mismos son facetas conjuntas de una misma creación.
Como nos recuerda la Mishná: «Este mundo es como un corredor hacia el siguiente. Prepárate en el corredor para que puedas entrar listo al salón del banquete».
Fuente: AishLatino
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